Cada obra de Avni Arbaş es una suma, tanto a su trabajo como a su vida, es decir, una recolección de lo que ha soñado y de lo que ha visto. Para el pintor turco, uno de los más reconocidos de la corriente contemporánea, todos estamos buscando la imagen dentro de nosotros, pero no con la misma forma, y eso es lo que vale la pena reflejar.
Nacido en Estambul en 1919, fue el hijo de un oficial del ejército de la Independencia nacional, muy querido por Atatürk, el primer presidente de la República de Turquía y que se mantuvo en el cargo durante 15 años con una alta popularidad. Además de contar con una formación de soldado, el joven creció repleto de cuadernos de notas y dibujos, que revelaban tanto su vida diaria como sus pensamientos.
Vuelto un artista que no podía compartir su pasión, a la par de su docencia militar, construyó un pequeño taller en cada casa a la que se mudaba junto con sus padres, aprovechando la noche para poder salir y mantener vivo su oficio artístico. De esta forma, Arbaş empezó a pintar sus primeros bocetos, algunos más tarde recreados en su obra pictórica, y contrarios a su miedo por revelar su talento, este fue bien recibido por su padre, que lo animó con entusiasmo a convertirse en artista.
Fuente: Twitter
A los 15 años, se enroló como estudiante diurno de la escuela secundaria Galatasaray e iba a la academia de arte por las noches para seguir sus lecciones. No tardó en montar su primera exposición y resaltar gracias a sus presentaciones de gran escala que apenas cumplían la demanda de los compradores y coleccionistas. Gracias a su arte, Avni fue bienvenido en los círculos artísticos bohemios de la corriente turca, y por supuesto, en las altas esferas artísticas de Europa.
Cuando llegó el momento de emigrar e internacionalizar su talento, dejó la escuela secundaria e ingresó a su taller de diplomado con İbrahim Çallı como maestro, aunque también se encantó por el trabajo del pintor francés Leopold Levy, a quien consideró su más grande mentor, y en cuyo taller trabajó más tarde, y donde se convirtió en uno de los fundadores del New Group (Yeniler Grubu), quienes tenían como objetivo retratar las realidades sociales exclusivamente turcas utilizando estrategias formales asociadas con la modernidad occidental, incluidas las técnicas de pintura impresionista, fauvista y cubista.
Tras una vasta colección de éxitos en exposiciones mixtas y competencias juveniles, finalmente llegó al destino que más se le antojaba: París, como a cualquier otro de sus colegas, donde se encantó y explayó en los talleres, galerías, museos, cafés y bibliotecas bajo la compañia de grandes nombres en el folklore de la posguerra, aunque luego regresó al país que lo vió nacer, y también como muchos otros de su generación, perseveró varios años como un artista no con muchas posibilidades económicas.
A partir de 1954, para solventar su situación económica, realizó trabajos de cerámica además de la pintura, y en 1956, se inspiró en los tableros de azulejos tradicionales y se volvió hacia pinturas de flores en colores y patrones suaves, obras que nuevamente gozaron de una amplia aceptación de críticos y audiencia por igual que lo regresó a París, donde realizó una de sus series más aclamadas, Atlar, que sirve de símbolo de libertad, lucha y poder que recuerda algunos mitos relacionados con Anatolia.
En estos trabajos, el artista exploró los colores flexibles y cambiantes que tanto lo caracterizan, definiendo una perspectiva elitista depurada de detalles y un estilo que concilia la delicadeza con la estabilidad.
Fuente: Imoga Museum
Para los siguietes años, Arbaş trabajó en una tendencia socialmente realista y en una comprensión figurativa colorista, tomó realidades concretas y experimentadas como punto de partida, utilizó tonos brillantes y oscuros y realizó paisajes, retratos y pinturas de naturaleza muerta con una estructura estable y una sensibilidad suave.
Más adelante, hacia finales de la década de 1970, se inclinó por la vida de marineros y marineros, obras en donde desarrolló una expresión semiabstracta que definió las primeras olas del Tachismo turco, un estilo de pintura abstracta francés que había sido desarrollado durante los años 1940 y 1950. En este tiempo, el pintor sobresalió y potenció su obra en el plano internacional por ser uno de los artistas que internalizó el lenguaje tradicional de la pintura y creó su propio lenguaje visual.
Contrario a muchos de sus contemporáneos, que se interesaron en la innovación y la destrucción, Avni Arbaş se volvió un investigador de las líneas continuas y autorrenovables de la pintura. No pinta la figura que tiene frente a él, sino las imágenes que quedan grabadas en su memoria como color y luz, convirtiendo sus percepciones en una obra de arte a través de la interpretación.
En cuanto a su proceso de realicación, Arbas disolvió sus figuras con pintura, despojándolas de detalles para que se parezcan más a manchas de color amorfas, un enfoque que lo coloca entre la pintura abstracta y figurativa. Murió en 2003, y nunca perdió su notoriedad en el gremio.