Los personajes que creó el alemán Thomas Mann, Premio Nobel en 1929, nos dicen mucho del carácter de este maravilloso novelista, tan admirado no sólo en su país natal, sino en el mundo entero, como uno de los grandes escritores del siglo XX.
Hay que decir que, en el caso del autor de La montaña mágica, sus libros hablan por él. Dicen que no era muy conversador y que no le gustaban nada las reuniones sociales porque la gente se le acercaba con muchísima curiosidad esperando que dijera algo inteligente.
De ahí que su vida personal fuera un tema que no le gustaba tratar a la ligera. Mann no tenía diario, jamás contaba su vida a la primera provocación, pero lo que sí le gustaba era tomar su propia existencia como un material para la literatura. Otra cosa que le fascinaba era fijarse en las cosas más pequeñas y, por esta razón, a pesar de que sus novelas sean monumentales, están llenas de pasajes llenos de detalles y de escenas en las que aparentemente no pasa nada.
Una de las razones por las que muchos de los mejores escritores admiran a Thomas Mann es porque supo hablar de la belleza y de la inquietud que causa cuando se la contempla mejor que nadie.
Thomas Mann en 1946. Foto: The New York Times
Se dice que Thomas Mann tuvo varios grandes amores en la vida y que todos ellos eran hombres. El primero de ellos fue Armin Martens, un compañero de escuela, al que conoció cuando tenía 14 años.
Al joven Tommy le encantaban sus ojos azules y su cabello rizado. En secreto, le escribía sonetos de amor, pero sin atreverse a enviárselos. Cuando finalmente se los mostró, Armin se rió de los poemas y de sus sentimientos. Nunca más este escritor se repuso de la humillación que sufrió, siempre sintió que podrían rechazarlo de nuevo, así que más adelante siempre tuvo un cuidado muy especial para declarar su amor.
Pasaron los años y el joven novelista se enamoró, a los 23 años, de un joven pintor, Paul Ehrenberg. Paul tenía un espíritu más profundo que Armin, así que los dos jóvenes tuvieron una amistad muy intensa, les gustaba ir a pasear en bicicleta y asistir a conciertos juntos. En el fondo, Thomas sabía que no era correspondido, por esa razón decía que para ser feliz bastaba con acechar al objeto del amor.
En 1904, Thomas Mann se casó con Katia Pringsheim, una joven encantadora de 21 años. Lo curioso de este matrimonio es que se dio de pronto; apenas se conocieron, Thomas la pidió en matrimonio.
Thomas Mann. Foto: The New Yorker
El hermano mayor del novelista, Heinrich, que lo conocía de manera muy íntima, se molestó tanto que no asistió a la boda, pues sabía que Thomas era incapaz de amar realmente a Katia. Efectivamente, durante un viaje a Venecia con su esposa, el novelista se fijó en un adolescente de 11 años llamado Wladyslaw Moes.
A pesar de la juventud de Wladyslaw, Thomas Mann, que ya tenía 36 años, se quedó maravillado con él, e inspirado en ese joven escribió La muerte en Venecia, que trata precisamente de un profesor que sufre al enamorarse de Tadzio, un joven vacacionista. No cabe duda que el escritor veía la belleza con dolor, como algo que no le era posible alcanzar. Muchos años después, Wladyslaw se enteró que él había sido el inspirador de Tadzio, pero nunca tuvo interés en conocer al Premio Nobel.
Cuando Mann llegó a los 52 años, volvió a enamorarse de un adolescente, esta vez de 17 años. En esa ocasión, viajaba por la isla de Sylt, al norte de Alemania, cuando se encontró a un amigo suyo, Werner Heuser, que iba acompañado de su hijo Klaus. Mann afirmó que fue correspondido, aunque este joven muchos años después, escribió que el gran novelista, a pesar de su gran perspicacia para otros temas, en este caso no se dio cuenta de que sólo estaba siendo amable. Curiosamente, en su diario, Mann escribió que fue un amante feliz y que recordaba con amor a Klaus.
Mientras todo eso ocurría, Katia Pringsheim se dedicó a cuidar a sus hijos y a justificar que Thomas fuera un padre ausente. Asimismo, se encargó de hacer cuidar el buen nombre de su esposo, hasta su muerte en 1980.