Lo que menos se imaginaba Oscar Wilde en su vida era que terminaría con un juicio por delito de homosexualidad. Es verdad que cuando el escritor tenía apenas 10 años, su padre padeció también un juicio, pero por difamación, ocurrido cuando su familia alcanzaba el pináculo de su éxito social.
Entonces su madre, Jane Francesca Wilde, llamada Speranza, acababa de terminar la traducción de un libro titulado La primera tentación, con muy buenas reseñas, y su marido había sido nombrado caballero por la Reina Victoria. Una muchacha llamada Mary Travers, paciente del doctor William Wilde, lo había acusado por haberla cloroformado y violado.
La desesperada esposa escribió al padre de la supuesta víctima, acusándola a su vez de mentirosa. No obstante, la paciente demandó al doctor Wilde por difamación. Se armó el escándalo y el caso se ventiló durante cinco días ante la corte, la cual falló a favor de la joven, aunque no muy convencida de su historia, sólo sancionó al doctor con una mínima cantidad de dinero. Sin embargo, la reputación del doctor se dañó y los Wilde nunca recuperaron su buen nombre. Muchos años después, Oscar Wilde sufriría un juicio con peores consecuencias de las que había padecido su padre.
Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde nació el 16 de octubre de 1854 en Dublín, Irlanda. Hizo sus estudios en Trinity College y en 1874 obtuvo una beca para ingresar a Oxford, donde destacó en el estudio de los clásicos y cayó bajo el influjo del nuevo movimiento literario llamado esteticismo (amor a la belleza) que en esos momentos causaba gran controversia en los círculos literarios.
Oscar Wilde. Foto: Infobae
El movimiento estético inglés estaba calculado para sorprender y asombrar a la clase media victoriana y tendía a rechazar la noción popular de que una obra literaria debería ser una especie de sermón que sirviera para un propósito espiritual más alto. Lo importante para este grupo de artistas era la belleza por la belleza. Comenzó entonces a cultivar un estilo de vida extravagante, desafiando opiniones convencionales con su ingenio.
En una época en que la moda masculina favorecía el traje oscuro y la corbata poco llamativa, Wilde se cubrió los dedos con sortijas llamativas, usaba pantalones bombachos de terciopelo blanco, guantes del mismo color, medias de seda negra, zapatos de charol y un saco ribeteado de piel, con un pañuelo exagerado, como accesorio, que contrastaba con todo el conjunto. Para él, el estilo era fundamental.
No nada más en el vestir, sino en la forma de vivir. Además, empezó a cultivar el buen gusto, preocupación poco usual entre los estudiantes, decorando sus aposentos en la universidad de una manera suntuosa, con objetos de arte, plumas de pavorreal, girasoles y porcelana china, aunque encontraba sus placeres donde los demás estudiantes oxfordianos lo hacían: en los prostíbulos.
Sexo con prostitutas, en aquel entonces, no estaba tan estigmatizado como se podría pensar, de allí que muchos jóvenes pagaban con dinero sus satisfacciones, otros pagaban un precio todavía más alto: la sífilis. Oscar fue uno de los de mala suerte.
De acuerdo con Richard Ellman, el biógrafo de Wilde, los doctores le dieron varios tratamientos con mercurio que no lo curaron, pero sí le pusieron los dientes negros, negros.
Su altura era de más de un metro noventa. Su rostro era más ovalado de lo deseable. Su boca era grande de labios sensuales, pero siempre tenía los dientes negros a causa del mercurio; algunos lo encontraban repulsivo a pesar de su ropa comprada en las mejores boutiques de Londres.
Una vez terminados sus estudios universitarios, Wilde se instala en Londres viviendo de lo poco que le queda de su magra herencia. Hacia 1880, Wilde se va convirtiendo en el dandy por excelencia, el bohemio al que le gusta escandalizar con sus comentarios.
Después de una larga y exitosa gira de conferencias por Estados Unidos y Canadá, en 1883, Oscar Wilde regresa lleno de entusiasmo y exuberancia. Talentoso, apasionado y sobre todo satisfecho de sí mismo, un año después, se casa con la bella y rica irlandesa Constance Lloyd, con quien procreó dos hijos, Cyril y Vivyan. A partir de entonces se dedicó exclusivamente a escribir y abarcó todas las formas literarias: ficción, poesía, drama, cuento y ensayo.
Como muchos escritores, Wilde gozaba de un coro de jóvenes admiradores con aspiraciones literarias que buscaban su atención y consejos, pero un estudiante canadiense en Oxford, Robbie Ross, quería algo más. Quería ser su amante. Seguramente intuyó que su maestro reprimía en él una tendencia homosexual. Sin ningún reparo, decidió seducirlo. Y Oscar, también sin ningún reparo, se dejó seducir.
Finalmente se enfrentó a su homosexualidad, tendencia que ya había aparecido desde sus días escolares pero que no había asumido. Tuvieron una relación apasionada que cambió la vida de Wilde, pero nunca se enamoraron. Con su mujer, que ignoraba esas tendencias, llegó a un acuerdo para que abandonaran sus relaciones sexuales, pero, por otra parte, dio rienda suelta a sus relaciones homosexuales con sus jóvenes seguidores.
En 1891, a los 37 años, Wilde conoce a un joven de 21 años con cara de ángel. Se trataba de un estudiante de Oxford, Lord Alfred Douglas, Bosie, como lo llamaban sus amigos. Oscar quedó anonadado ante la belleza angelical de aquel joven de grandes ojos azules y pelo rubio ondulado.
Hay quienes sostienen que para entender la tragedia sufrida por Wilde habría que conocer y entender al joven, morboso, atrevido, subversivo y rebelde Lord Douglas, que se convirtió en el amante del autor más popular de su época. Bosie gustaba de escribir poesía y prosa.
Era un gran admirador de Wilde. Había leído El retrato de Dorian Gray ocho veces y logró que le presentaran al autor después de mucha insistencia. Cuando se inicia la relación amorosa entre ellos, en 1892, Wilde no tiene idea de lo vanidoso, altanero, superficial, frívolo, egoísta, consentido, temperamental, violento, perverso y malvado que es este joven, ni tampoco de lo involucrado que está con los jóvenes prostitutos llamados renters.
Cuentan que los berrinches de Bosie eran insoportables. Necesitaba constantemente dinero. Se peleaba con su padre. Se consolaba con su madre. Le decía a Oscar que ya era demasiado viejo para él; le reprochaba que fuera gordo, que tuviera los dientes negros, que no fuera aristócrata y que no fueran tan buen amante como los jóvenes que frecuentaba.
Oscar Wilde y Lord Alfred Douglas. Foto: Infobae
En 1895, en la cima de la carrera de Wilde explota el que sería uno de los más grandes escándalos de finales del siglo en Inglaterra. Lord Queensbury, el violento, agresivo, cascarrabias, abusivo, brusco y brutal padre de Bosie se da cuenta de que la conducta desordenada, "impropia de un hombre", de su hijo con el más grande dramaturgo de Inglaterra era conocida por todo Londres, monta en furia y hace todo lo posible para desprestigiar a Wilde por medio de escándalos, insultos en público y amenazas.
Provocadoramente, le deja una tarjeta en el club en donde escribe: "Para Oscar Wilde, que se hace pasar por somdomita (sic)". Bosie, que odia a su padre, convence a su amado que lo demande por calumnia. El Marqués es arrestado, pero su abogado defensor halló personas que podían testificar contra Wilde y la demanda se vuelve en su contra, lo acusa de comportamiento y ofensas homosexuales y presenta dos poemas de Alfred que se referían a un "amor no natural".
En su defensa, Wilde pronuncia el famoso discurso a favor del amor gay, "el amor que no se atreve a decir su nombre". Se le sentenció a dos años de prisión, condenado a trabajos forzados.
Lo que no sabía Lord Queensbury es que Bosie, su hijo, había "corrompido" a Wilde y no al contrario. Oscar Wilde no sólo se arruinó y arruinó a su familia, permitiendo que el hijo de un marqués escocés le hiciera pagar muy caro todas sus extravagancias para después hacer que lo condenaran a trabajos forzados dos años.
Wilde cumplió los primeros seis meses de su condena en Wandsworth y luego fue enviado a Reading Gaol, desde donde escribe su obra De Profundis, en la cual reprocha a Douglas por todo lo que ha pasado. Pierde todo, familia, casa y pertenencias. Muere en París en un hotel de quinta en un barrio pobrísimo el 30 de noviembre de 1900, a los 44 años de edad. Sus restos reposan en el cementerio del Père Lachaise en París. Dicen que no hay día en que no amanezca cubierto de flores frescas.
Lord Alfred Douglas, después de una vida llena de conflictos y fracasos, murió amargado, abandonado y olvidado por todos en 1945.