El 11 de febrero de 1963, Sylvia Plath, la gran poeta estadounidense, se suicidó en Londres, a los 31 años. Ese día se levantó, muy temprano, y se dirigió al cuarto de sus hijos, Frieda y Nick, para dejarles un vaso de leche a cada uno y cerró la puerta. Después, bajó a la cocina, selló la puerta, abrió la llave del gas y recostó su cabeza dentro del horno para esperar la muerte.
Pero, ¿cuál fue la causa de que esta joven, una de las grandes escritoras del siglo XX, tomara esta decisión? Dicen que el principal motivo fue su divorcio del poeta inglés Ted Hughes, con quien se había casado siete años antes. Que no sólo lo amaba, sino que admiraba su talento.
La historia de esta pareja, encumbrada por tantos, cambió cuando se divorciaron debido a que Sylvia descubrió que su esposo tenía una relación con la poeta Assia Guttman, esposa del escritor David Wevill. Sylvia sencillamente no pudo soportar que Ted hubiera decidido engañarla cuando apenas había nacido su segundo hijo y con otra poeta.
Apenas Sylvia Plath supo de la infidelidad, echó a Ted de su casa en Devon y decidió ir a Londres con sus hijos. Cuando llegó a Londres, se encontraba sola, sin familiares ni amigos. En aquel momento la depresión también la invadía; Sylvia se levantaba a las cuatro de la mañana para trabajar en sus poemas.
Sylvia Plath. Foto: BBC
Al morir tenía terminado un libro estremecedor, Ariel, publicado en 1965. En él se encuentran dos de sus poemas más famosos, Daddy (Papito) y Lady Lazarus.
Una vez que Sylvia llegó a Londres, se hizo amiga de la escritora Jillian Becker; fue una amistad breve, pero muy intensa. En 2002, Becker publicó el libro Los últimos días de Sylvia Plath (Circe, 2004). Según Jillian, a principios de febrero, Sylvia le pidió que la alojara por unos días, pues no soportaba su departamento.
Por varios días, Sylvia y sus hijos estuvieron en casa de Jillian y su esposo, Gerry. Dicen que en la obra de Plath hay muchos pasajes que muestran su gran sentido del humor; sin embargo, esa semana nunca se le vio sonreír, y mucho menos hacer bromas, más bien se veía devastada. Como sabía que Jillian conocía a Assia Guttman, le preguntó cómo había reaccionado David Wevill cuando su esposa lo abandonó.
En los días en los que Plath estuvo hospedada con los Becker, Jillian pudo apreciar el carácter que tenía desde niña: su gran inteligencia, sus ganas de saberlo todo, su buen apetito y gran necesidad de cariño y atención.
Dos días antes de que terminara con su vida, Sylvia salió a una cita. Nunca dijo a dónde iba, pero alguien contó a Jillian que esa noche fue a ver a Ted. Al día siguiente, se sentó a la mesa y comió con mucho apetito. Cuando dijo que todo estaba mucho mejor, Jillian y Gerry pensaron que estaba de mejor humor y menos tensa. Cuando terminaron de tomar el café, Sylvia se levantó y comenzó a guardar sus cosas en bolsas para después avisar que esa noche volvería a su casa.
Autorretrato, 1952. Sylvia Plath. Foto: Smithsonian Magazine
Gerry se ofreció a llevarla y de regreso le contó a su esposa que Plath se había pasado todo el viaje llorando. A causa de los ruidos del carro viejo, Gerry no se había dado cuenta de que la escritora iba llorando, así que cuando lo notó le pidió que regresaran a su casa, pero Sylvia se negó pese a la insistencia.
Resulta que el heredero de la obra de la escritora fue Ted, autor de Cartas de cumpleaños, en el que evoca su vida con Sylvia. Este fue quien supervisó la edición de las obras de la escritora; aunque fue el editor de su poesía y el que rescató el libro Ariel, lo cierto es que también destruyó el último volumen del diario de la escritora, en el que ella hablaba de su relación.
Con los años, el prestigio de Sylvia Plath ha crecido; incluso, ha sido la única autora en ganar el Pulitzer de manera póstuma, por la recopilación de sus poemas, en 1982.
Tan solo seis años después de la muerte de Sylvia, Assia Guttman también se suicidó con el trágico añadido de llevarse consigo a Shura, la hija de Ted Hughes.