Reflexionando sobre las principales películas, libros, canciones y programas de televisión que representan a Japón, es casi inevitable obtener la imagen de una sociedad rígida y reprimida gobernada por un sentido del deber, la nobleza y el honor, volviendo a la nación tan inaccesible, lejana y homogénea como los cientos de miles de ciudadanos de cuello blanco que se pasean por la calle en hora pico.
Para bien o para mal, aceptamos que Japón solo puede entenderse a través del ojo de un local. Pero es exactamente ahí es donde entra Daido Moriyama.
En la década de 1960, iniciando su recorrido artístico, durante el apogeo de los disturbios estudiantiles, Moriyama a menudo colaboraba con la revista experimental Provoke Magazine, con sede en Tokio, y desde entonces, definió el ángulo que lo ha acompañado hasta el día de hoy: fotos granuladas, borrosas, fuera de foco y antisistemas, elementos que en su conjunto se unen para exponer la otra cara de la sociedad rica del país nipón.
“Si me pidiera que defina una fotografía en pocas palabras, diría que es "un fósil de luz y tiempo". Fuente: © Daido Moriyama, sitio oficial.
Empezó a formalizarse en Osaka, la segunda ciudad más grande de Japón, con una Canon 4SB. Salía a la calle y capturaba todo lo que se movía: mujeres con kimonos que se dirigían a los templos sintoístas, ayudantes de camarero fumando en sus descansos, perros callejeros y niños regordetes en bicicleta.
Luego regresó al barrio de Shinjuku para usarlo como su patio de recreo, un lado más oscuro y sucio de Tokio donde abundan los burdeles, los inadaptados, los apostadores y vagabundos, los delincuentes y todo tipo de almas perdidas, siempre hambrientas. Justo ahí es donde el fotógrafo japonés perfeccionó sus habilidades como uno de los artistas de fotografía callejera más prolíficos.
Con capturas discretas aunque intensas y rápidas, siempre en sintonía con el ritmo, los movimientos de la ciudad y los deseos de sus habitantes, su esencia fue encontrando su lugar y resplandeciendo como aquella de un auténtico fotógrafo urbano.
Muchas de las imágenes casi tienen un olor. Algunas otras tienen "significados" obvios. Otras parecen haber sido tomadas de improviso, o incluso por accidente, manchados con el haluro de plata y difíciles de interpretar. Algunas están habitadas por amigos, compañeros de trabajo o animales, mientras que otras logran que Tokio, cuya conurbación más amplia alberga a 38 millones de personas, parezca un pueblo fantasma.
Al día de hoy, con más de 80 años de vida, continúa desafiando las reglas de la fotografía y la composición tradicionales, ignorando más que nada su propio estatus de celebridad, así como a las elegancias de la cámara, definiendo que su modus operandi sería apuntar y disparar con una cámara digital y usando el barrio de Shinjuku
En sus entregas, temas tan básicos como un perro vagando por las calles y los estrechos callejones yokochō con sus pequeños y gastados bares, la cara de su país se vuelve enérgica, casi poseída por una realidad tan brutal que se sienten como golpes de verdad y existencia. Los personajes de la fotografía callejera de Daido Moriyama no solo son retratados, sino cobran vida y voz en medio de una estática robusta.
Bajo la influencia de William Klein, la áspera estética en blanco y negro de Moriyama contrastaba marcadamente con las imágenes tradicionalmente compuestas de sus pares europeos y estadounidenses.
Y si bien hay algunas obras en color, Moriyama siempre ha inclinado por la fotografía en blanco y negro, ya que tiene elementos más fuertes de abstracción y simbolismo, lo que le permite capturar visiones borrosas y oníricas de su mundo interior. De acuerdo al mismo fotógrafo, éste explica:
El blanco y el negro es rico en contraste, es duro y refleja plenamente mi naturaleza solitaria. El color es cortés y gentil, pero yo me dirijo hacia el otro mundo.
Aunque su deseo de merodear por las calles en busca de nuevas instantáneas no ha cesado, el último documental sobre él aborda el conflicto central de un Moriyama que envejece: un artista indiferente a su pasado frente a fanáticos, editores y galeristas obsesionados con curar su legado. O, como dice el título de la película: El pasado es siempre nuevo, el futuro es siempre nostálgico.
Su estilo único y audaz, sumado a su falta de composición, junto con el grano pesado, dan como resultado un trabajo refrescantemente moderno, difícil de ubicar en el tiempo y difícil también de ignorar, creando una cacofonía de caos armonioso con un aire poético de soledad que ha ayudado al reconocimiento de la fotografía japonesa en un contexto internacional.