Alexej von Jawlensky, nacido el 13 de marzo de 1864 en Torschok, Rusia, fue un pintor expresionista que ganó una sólida reputación por sus pinceladas direccionales, estilización de los rasgos faciales, uso de colores ricos, intensos e abstractos, así como el enfoque en temas místicos.
Y es que mucho antes de que los movimientos espirituales y esotéricos marcaran la nueva era y consiguieran la atención plena en Occidente, Alexej, de mente abierta, combinó lo mejor de diferentes movimientos religiosos.
Antes de dar el salto como una de las mayores influencias del espiritualismo moderno, el joven culminó su educación básica en 1896 y se viajó por toda Europa con su mecenas Marianne von Werefkin, una pintora de éxito. Con ella, se instaló en Munich, donde se convirtió en uno de los expresionistas alemanes más destacados y fundadores del grupo de artistas conocido como Der Blaue Reiter junto a Wassily Kandinsky y Franz Marc.
Allí, donde gozaba de una grana aceptación entre el círculo artístico, Jawlensky conoció a otros artistas, incluido Kandinsky, con quien entablaría una amistad de por vida.
En los años siguientes, Jawlensky se inspiró en gran medida en el trabajo de Van Gogh, Gauguin y Matisse, mientras Werefkin, Kandinsky y su socio Gabriele Münter también fueron influencias importantes, por lo que comenzó el trabajo que lo colocaría en las puertas de la eternidad.
Portrait of a Girl, Alekséi von Jawlensky, 1909. Fuente: Museum Kunstpalast, Düsseldorf | Horst Kolberg, Neuss
En este tiempo, el pintor igualmente exploró su amor por la música y cómo lo inspiró, llegando a varias exposiciones y en última estancia a Rudolf Steiner, fundador de la antroposofía, quien le ayudó a convertir su arte en expresión de pura emoción y animó a comenzar a pintar retratos grandes y poderosos.
Fue así que Alexej von Jawlensky creó en 1911 lo que muchos críticos consideran su gran serie, las "cabezas de mujer", retratos que exploran la turbulencia mental, el aislamiento en la guerra y el camino a la abstracción.
Tres años más tarde, a pesar del éxito, Jawlensky abandonó Alemania debido a la Primera Guerra Mundial. Encontró un refugio seguro en Suiza y terminó en Saint-Prex en el lago de Ginebra. Allí convirtió una pequeña habitación en un estudio, y como un monje en su celda, pintó repetidamente la vista desde la única ventana, de esta manera surgieron sus primeros paisajes de colores brillantes.
La confianza de Jawlensky en el color como medio de expresión visual se derivaba de los ejemplos de los pintores fauvistas que trabajaron con él en Francia en la década anterior. Jawlensky conoció a estos artistas, incluidos Matisse y Van Dongen, poco después de la primera exposición de los fauvistas en el Salon d'Automne en 1905.
En este entonces, se inspiró en su coloración salvaje y pinceladas expresivas, y entre 1909 y 1911 las obras de estos artistas habían tenido un profundo impacto en su pintura. Al igual que Matisse, quien comentó: "Usé el color como un medio para expresar mi emoción y no como una transcripción de la naturaleza", Jawlensky creía que el color comunicaba las complejas emociones de sus sujetos.
Cuando dejó Saint-Prex, continuó trabajando en su serie de paisajes que se iban haciendo cada vez más abstractos. También simplificó gradualmente las cabezas de mujer que pintó, creando cabezas místicas que miran fijamente al espectador con sus ojos grandes y pupilas negras.
Durante estos años más maduros, especialmente a partir de 1917, el aspecto meditativo de la repetición fue un importante motor espiritual para el pintor ruso, y al final, el trabajo en serie fue el hilo conductor más determinante de toda su obra.
Fuente: Museo Thyssen
Hacia la década de 1930, su vida se vio retada por la artritis que hizo que ya no pudiera mover los dedos y los codos, por lo que se vio obligado a adoptar una nueva forma de trabajar, pintando con los brazos estirados y el pincel firme entre ambas manos. De esta manera, creó alrededor de mil obras entre 1934 y 1937, a menudo no mayores de 18 x 13 cm, pero siempre manteniendo su búsqueda por lo místico.
En 1938, comenzó a dictar sus memorias. De esta manera, empatando con la pintura, Jawlensky continuó trabajando en sus meditaciones y sus bodegones florales hasta unos años antes de su muerte el 15 de marzo de 1941 en Wiesbaden, Alemania.
En esencia, para el comisario Itzhak Goldberg del Musée Cantini, Jawlensky representa una y otra vez, en una indagación que remite al icono ruso y su significado, el semblante a la búsqueda de una imagen “esencial” invisible.
Su tenacidad nos sitúa ante un intenso testimonio del proceso de creación artística y ante un asunto clave en nuestro presente: la contemplación del rostro ajeno cuando, por diversas razones, con frecuencia se nos presenta velado.