Lourdes Grobet fue importante, lo fue para la lucha libre, lo fue para el mundo del arte y la fotografía, lo fue para los mexicanos.
Y es que a pesar de su muerte en junio de este año, sigue siendo una inspiración para muchos.
Puede que no la conozcas por su nombre, pero con tan solo echar un vistazo a uno de sus retratos e instantáneamente, te darás una de idea de quién hablamos. No tienes que saber de lucha libre para disfrutar de su trabajo, ni se tiene que ser mexicano para reconocerla, porque al final, las fotografías surrealistas y coloridas hablan de una universalidad que naturalmente parte de la raíz mexicana, tema que se entiende en todas partes.
Nacida en 1940 en una familia suizo-mexicana, Lourdes es producto y heredera de varios cismas en el mundo del arte del siglo XX en México.
El luchador Brazo de Plata y su madre, 1993. Fuente: New York Times
A Grobet le encantaba ver la lucha libre en la televisión cuando era una niña. Su luchador favorito era El Santo, que es más importante en México que Hulk Hogan y Stone Cold Steve Austin juntos. Su padre desalentó su pasión por la lucha libre y le prohibió ir a eventos en vivo, y debido a esto, nunca pudo realizar completamente su pasión hasta adulta.
No obstante, agarrando ya el aprendizaje en una faceta más adulta, pudo combinar su conocimiento de arte conceptual de la escuela de arte en París y su pasión personal por el mundo de la lucha libre mexicana, creando un punto de vista único y específico en su trabajo, una conexión entre el arte moderno y la fotografía deportiva que nunca antes había existido.
Con los años, la calidez y la calidad dieron pié a un trabajo tan cautivador que trascendió el mundo de la lucha al del arte contemporáneo, y que fue tan aclamada por la audiencia, llevándola a publicar más de 11 mil fotografías del deporte y nueve libros de su trabajo. Sus grabados originales también fueron curados por museos y galerías como Hammer Museum, SFMOMA, Brooklyn Museum y muchos más.
Su cuerpo de trabajo es amplio, aunque en gran parte se basa en la fotografía y se opone al nacionalismo y las fuerzas del mercado del arte, tanto rechazando como oponiéndose a varios de los principales movimientos artísticos mexicanos de la primera mitad del siglo XX.
Al discutir y escribir sobre su trabajo, la propia Lourdes nunca dejó de admirar a sus mentores e influencias cuando era una mujer joven en la Ciudad de México y mientras estudiaba en la Universidad Iberoamericana, aquellos instructores y educadores que le sirvieron como un grupo amorfo de artistas antiacadémicos que buscaban rechazar el estilo de muralismo semioficial y altamente político que había dominado el arte de la nación desde el final de la Revolución Mexicana.
Admiró mucho a Gilberto Aceves Navarro, un pintor asociado con la generación de artistas ruptura que buscaba crear espacio para formas de arte menos dogmáticas y menos nacionalistas, pero reconoció que su cuerpo de trabajo debía ser un lenguaje visual distintivo relacionado con la tecnología, la distribución de los medios, la política mexicana, el género y la clase social.
Con miras a dar a luz a fotos provocativas y sin disculpas al abordar temas y temas que antes se pasaban por alto, se ganó un lugar en el colectivo de vanguardia Proceso Pentágono (1969-1976) con sede en la Ciudad de México, lo que la posicionó en un camino claramente antiinstitucional y coincidió con su creación de eventos mediáticos experimentales e independientes.
Más tarde, Grobet, sin jamás dejar el ring por completo, enfocó el lente de su cámara en grupos de teatro rurales, en su mayoría indígenas, y luchadores de lucha libre, buscando replantear temas que ella veía como patrocinados, explotados u olvidados en la cultura visual mexicana. Y aunque nunca se identifica como una artista feminista, gran parte de su fotografía más conocida le dio agencia y voz a sujetos femeninos de clase trabajadora.
Valiente e intransigente, Lourdes pasó su vida creando obras en sus propios términos, convirtiéndose en una influencia para las generaciones más jóvenes de artistas mexicanos experimentales que se involucran con la política radical, el espacio público y temas dispares.
Muchos creen que fue una de las mejores fotógrafas de retratos de bellas artes que jamás haya venido de México y merecía más reconocimiento por su trabajo. La secretaria de cultura mexicana la calificó como “una de las máximas representantes del arte fotográfico en México”, y no es para menos.