Ike no Taiga no es reconocido oficialmente como un nombre importante dentro de la corriente Nihonga, más bien, de acuerdo a sus años de producción, podría ser considerado como el precursor de este y otros movimientos que aún permanecen con vida en Japón.
Aquel niño que nació en Matajirō el 6 de junio de 1723 en Kyōto, Japón, fue el hijo de un granjero, a quien se le enseñó caligrafía y los clásicos chinos desde una edad temprana.
Cuando empezó a entrar a su adolecencia, estudió Nanga, una escuela de pintura japonesa que floreció en dicho periodo, a través de un libro ilustrado de pintura china conocido como Bazhong Huapu, donde quedó encantado por las caligrafias chinas y sus tintes monocromáticos negros, aunque decidió que imitaría a los maestros antiguos de los que resaltan Tani Bunchō y Tomioka Tessai, entre otros y poco después se prometió llevar a cabo modelos más libres y amplios, llenos de vitalidad y brillo.
Para complementar sus intenciones, Ike decidió estudiar árduamente a los pintores japoneses del Nanga más antiguos como Yanagisawa Kien, quien creó numerosas pinturas de bambú y le introdujo a la tradición de pintar con los dedos, una que venía de China.
En la segunda mitad de sus veinte, Taiga se acostumbró a realizar pinturas con los dedos y las uñas en lugar de un pincel, una técnica que le fue muy significativa, aunque después adoptó un período de prueba y error mientras intentaba dominar la expresividad del pincel.
Estos intentos lo convirtieron en uno de los principales calígrafos del período Edo.
Hacia 1736 y hasta 1752, Ike logró una proyección ejemplar, tanto que su arte lo llevó a viajar por todo su país, donde amó caminar por las montañas y los bosques, muchas veces en soledad para poder lograr plenamente una de sus actividades favoritas, una que le ayudaba a lograr su meta en un lienzo en blanco: Sentarse en silencio a observar.
Una característica más que resalta de este fascinante pintor es la influencia de los vagabundos en su producción artística. Él creía que vivir dichas experiencias de primera mano eran necesarias para poder pintar paisajes insuperables.
Llevó a cabo su trabajo a través de diferentes dimensiones lineales, por lo cual se le considera más cartógrafo que pintor, y en casi todas las ocasiones, en una escala mayor a las obras de sus maestros.
Por estas razones y más, Ike no Taiga fue, hasta cierto punto, considerado un rebelde ya que también se oponía a la teoría de que los paisajes policromáticos de su gremio debían considerarse en el mismo nivel de pinturas monocromáticas de los letrados chinos, lo que lo llevó a desarrollar un estilo un tanto más decorativo mediante la recreación de temas de la literatura clásica, utilizando figuras brillantes y detalladas del mundo natural contra fondos de pan de oro.
A partir de los cuarenta, la carrera de Taiga alcanzó su cúspide, caracterizada por pinceladas libres y fluidas, colores delicados y composiciones seguras, además de que se dedicó a estudiar poesía clásica japonesa con Reizei Tamemura, quien fue considerado el primer poeta en los círculos de la corte imperial.
Lo anterior hizo que, a la par de su pintura, también dejara un legado importante de escritura sobre la generosidad de espíritu.
Fuente: Metropolitan Museum of Art.
Entre las numerosas contribuciones de Taiga al arte japonés se encuentran sus escenas topográficas realistas llamadas "imágenes de vista real", que fueron una revolución en la representación del paisaje japonés, probablemente influenciadas por los grabados occidentales en cobre.
Con ellas se convirtió en parte de la segunda generación de artistas nanga de Japón, un término que se refiere a la llamada escuela de pintura del sur derivada de las prácticas literarias chinas anteriores.
Al final, el trabajo de Taiga resulta en una revelación de su encantadora y despreocupada personalidad, una que se acercó a la madurez desde sus primeros intentos donde buscó digerir e integrar todo el conocimiento visual que pudiera
Con tantas tareas a las que se dedicó este artista, puede decirse que puso la mesa para varios de los nombres anteriormente mencionados, que inspirados con los trabajos de su vida, dieron vida al fascinante y colorida corriente Nihonga de Japón.