Kawanabe Kyōsai vivió atormentado, y aunque le cobró una pesada factura en su vida, también lo llevó a pintar algunos de los lienzos más memorables de la corriente artística definitiva de Japón, el Nihonga.
Kyōsai nació el 18 de mayo de 1831, en Koga, Prefectura de Ibaraki, Japón, y desde muy joven mostró una habilidad nata para dibujar, lo que llevó a sus padres a fomentarle una educación artística en 1837, a la edad de seis años, cuando ingresó en la escuela del famoso artista del ukiyo-e, Utagawa Kuniyoshi.
El tiempo que pasó ahí fue fundamental, ya que tras graduarse en 1840, ingresó al estudio de la pintora kano Maemura Towa, quien le puso el sobrenombre de Shuchu gaki, que se traduce a Demonio de la Pintura, dadas sus visiones alocadas y colores oscuros que cobraban vida como escenas sacadas de una pesadilla.
El nombre se le quedó e incluso le fue abriendo más puertas en el gremio, otorgándole también el sello que usó hasta el final de su carrera.
En 1848 pasó al estudio de Kano Tohaku, y aunque en 1849 completó sus estudios formales, sus años de formación también le presentaron al sake y a los burdeles, sus demonios palpables, costumbres que adoptó hasta el final de su vida.
Después de su graduación fue adoptado por Tsuboyama Tozan, un pintor del feudo Akimoto, pero en 1854, tras la muerte de sus instructores anteriores, rompió el vínculo con la escuela Kanō y se estableció como un artista independiente, aunque volvió a visitar la escuela Surogadai Kano hasta 1859 con el fin de recibir más formación.
Su temprana carrera independiente se basó en el desarrollo del género conocido como kyōga ("imágenes locas"), del que deriva su propio nombre Kyōsai.
Este nuevo aprendizaje y formas de trabajo se juntaron con un suceso importante para Japón, ya que, tras un periodo de dos siglos y medio de hermetismo, el país finalmente abría sus puertos al mundo después de la llegada de una pequeña flota norteamericana enviada a sus costas en 1854.
Fue así que se dió el inicio del periodo Meiji, y con él, bajo la influencia occidental, del inicio de la modernización nipona. Así, durante los primeros años del nuevo periodo, Japón se sumió en un proceso de auto-occidentalización que estuvo marcado por la amenaza colonial en que Asia se encontraba inmersa desde hacía décadas.
Este desconcertante contexto en el que Japón abrazó a Occidente y comenzó a repudiar sus propias raíces culturales fue retratado por Kawanabe Kyōsai en obras que destilaron crítica y humor por igual. De esta manera, Kyōsai, que era comunmente encontrado deambulando tras una noche de fiesta, se convirtió en cronista de uno de los momentos decisivos de la historia nipona que se encontró en el choque de su pasado feudal y la influencia extranjera proveniente de Europa y Estados Unidos.
En 1857, un tanto mejorado de sus vicios aunque nunca de lleno, se casó con la primera de cuatro esposas, Okiyo, con quien creó una tienda en Hongo Daikonbata y le sucedió el nombre Kawanabe. En aquel entonces fue parte del primer grupo de impresiones en color con los que trabajó para la editorial Ebisuya de un leopardo, que tendría una exposicón en el verano de 1860, las cual llevaría su arte a los ojos del resto del mundo.
Ese mismo año nació su hijo Shōzaburō, y aunque vinieron tiempos buenos, un año después, moriría su esposa, su padre y su hermano mayor, lo que lo sumegió aún más en los vicios que tanto atormentaban su vida y su arte. Se divorció y volvió al rumbo errante en los siguientes años. Se casó y se divorció, sufrió y se lamentó, pero no dejó de pintar.
En 1863, como parte de un nuevo intento para combatir su depresión que le dio pie a grandes obras, pero a un notable deterioro físico, comenzó su producción de bloques de madera, creando cerca de 70 diseños en un solo año, incluyendo trabajos para la serie Go-joraku Tokaido (Gyōretsu Tōkaidō), que trataba la visita del Shogun a Kioto, así como para la serie de kyōga Kyōsai hyakuzu (One Hundred Pictures by Kyōsai).
Más adelante colaboraría con otros artistas en diseños de grabados, suministraría su arte para novelas y contribuiría al álbum A Journey Around Hell and Paradise, aunque siempre en duelo con los demonios que se turnaban los saltos entre el lienzo a su vida diaría. Con un gran ímpetu y sentido de compromiso a su arte, siguió produciendo pese a pisasr la cárcel y varios centros de rehabilitación en la lucha contra su alcoholismo.
Cuando los occidentales ya estaban asentados en Japón y especialmente su capital, Kyōsai, ya entrados a sus 30, pero con una apariencia de un señor mayor a los 60 años, entró en contacto con varios de los artistas que llegaron a conocer esta nueva cultura abierta al mundo, como Ernest Fenollosa.
Tiempo después, conoció a dos extranjeros que se volvieron especialmente importantes para documentar su vida, uno fue Emile Guimet, quien lo visitó en 1876 y luego escribió sus recuerdos en un ensayo titulado Promenades Japonaises, y el otro Josiah Conder, un arquitecto británico que se convirtió en su alumno en 1877 y permaneció a su lado hasta su muerte en 1889. Ya de vuelta en Inglaterra, Conder escribió un libro, publicado en 1911, titulado Pinturas y estudios de Kawanabe Kyōsai.
El año de la muerte de Kyōsai vio la promulgación por parte del Emperador de una nueva constitución, instituyendo un sistema conservador de democracia representativa inspirada en la Alemania imperial que fue diseñado para demostrar a los Estados Unidos y a las potencias europeas que Japón era ahora 'civilizado' y digno de ser elegido para unirse a sus filas.
Entre las novedades de esta ley se incluía la apertura del arte, especialmente de la pintura tradicional, a todo el mundo que estuviera dispuesto a verlo.
Pero pareciera que el tiempo también castigó a Kawanabe Kyōsai por ser un excéntrico que exageró todo lo que hacía, desde consumir sake, expresar cariño, hacerle honor a su memoria, y plasmar su estilo de pintura y grabado, uno que hoy está inmortalizado en algunos de los recintos de arte más exclusivos del mundo.