La imagen se volvió inolvidable: miles de personas clamando en lo alto del Muro de Berlín, que, hasta la noche del 9 de noviembre de 1989, había dividido la ciudad durante 28 años.
Ahora, más de 30 años después de que los berlineses comenzaran a derribar la barrera, el hito de la historia se continúa celebrando entre las emociones que se mezclan a medida que los miembros del mundo del arte alemán recuerdan tanto las esperanzas como las decepciones de la reunificación, recordando que la división creada al final de la Segunda Guerra Mundial es algo que quizá nunca se curaría, o bien, no lo haría sin reclamar víctimas.
Vale la pena recordar que unos días antes de la caída del muro, los alemanes orientales se habían reunido para manifestarse por el socialismo democrático en su país de origen. Pocos podían imaginar que en lugar de reforma que estaban pidiendo vendría la reunificación y el capitalismo.
Esa perspectiva, aunque es una sola, igualmente plantea preguntas más amplias: ¿Qué se ganó y qué se perdió?, ¿Cómo reconciliamos ese sueño democrático-socialista fallido mientras el arte enfrenta condiciones cada vez más difíciles en Berlín y el resto del mundo? y ¿Cómo deberían los museos y las galerías mostrar el arte de Alemania Oriental y sus artistas sin simbolizarlos?
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Para Monica Bonvicini, Thomas Scheibitz y otras figuras del mundo del arte que vivieron dicho momento histórico, mencionan que la forma de lidiar con las complejidades de la caída del muro es escuchar a los artistas que experimentaron directamente el suceso, así como sus secuelas.
Nombres como Hermann Noack, Klaus Killisch, Sven Johne, Nicolaus Schafhausen, Cornelia Schleime, Gerd Harry Lybke, Norbert Bisky, Monica Bonvicini, Sabine Herrmann, Thomas Scheibitz y Christoph Tannert, entre tantos otros, son algunos de los artistas que vivieron a flor de piel el redescubrimiento de la ciudad, una que se volvió interesante, vibrante, abierta, pero también cara.
En pocos años, Berlín se convirtió en el centro de la producción de arte contemporáneo.
Cuando se abrió la frontera, para aquellos que no habían salido de Alemania Oriental, un polvo fino comenzó a caer sobre la ilusión de una rápida autorrealización en las nuevas condiciones de un país unificado. Para los locales, los artistas que habían dejado su país, nunca pudieron deshacerse por completo de su posición de victimización causada por los estragos de los tiempos. Para Occidente, el momento significó demasiado mito y demasiado martirio, demasiada tragedia y demasiado color oscuro.
Al carese, recuerda el joven artista Kani Alavi, que vivía en un apartamento con vistas a la frontera entre Berlín Oriental y Occidental, recuerda haber visto a los berlineses orientales fluir "como una ola de agua", dijo a través de un intérprete. "Algunos estaban alegres, otros dudaban, algunos temían que tal vez no tuvieran la oportunidad de cruzar de nuevo".
Ahora que el mundo entero avanza hacia otro sistema, uno muy similar pero con ideales distintas a aquel que culminó con la caída del muro, la tarea es involucrarse e influir en este desarrollo de la manera más consciente posible.
En medio de una ruptura cultural, también hubo vacío que parecía exigir ser llenado, y en esas condiciones ha prosperado el arte que tanto influyó en la levantada y la caída del Muro de Berlín, que tuvo un efecto duradero en la cultura popular, una influencia que todavía se siente décadas después de su caída.
Ya sea explorando puntos de vista de Oriente, Occidente o las secuelas de la reunificación, se ha mantenido como un punto de fascinación y un estímulo para la creatividad durante los años en que se mantuvo el muro y desde que se derrumbó.