Hablar de Paul Verlaine es tener que hacerlo con Arthur Rimbaud, porque son dos y uno; amor y odio; y escándalo, juerga, bohemia y rebeldía.
Para el año en el que ambos se conocieron, en 1871, Verlaine tenía 27 años e intentaba llevar una vida que él consideraba más o menos convencional, alejada de su adicción al ajenjo y de los escándalos homosexuales que lo atormentaban, pero también lejos de los cafés y salones literarios parisinos que vieron su ascenso como uno de los poetas más revolucionarios de sus tiempos gracias a obras como Fiestas galantes y La buena canción.
Se casó un año antes con Mathilde Mauté de Fleurville, una joven diez años menor que él y, por fin, Verlaine comenzaba a gozar de la paz que tanto había anhelado tras su turbulenta formación. Pero una buena tarde como cualquiera, la serenidad salió por la puerta de la casa de sus suegros, donde vivía tras su matrimonio con Mathilde, cuando le abrió la puerta a Arthur, un joven de 16 años con un aspecto lamentable, pero que anhelaba ser un destacado poeta como Paul.
Fuente: Medium
Halagado, el maestro invitó al alumno a vivir a su casa contra la voluntad de su esposa y sus padres, y al principio, Verlaine solamente lo admiró de lejos, pero pronto cayó tan enamorado del joven poeta que a la vida de Paul Verlaine regresó al alboroto del cual creyó haber escapado.
Ambos entablaron un encuentro apasionado, una relación que, a través de los años, se ha definido como desastrosa e incorrecta. Paul era un hombre de sutil organización espiritual que sucumbía fácilmente a la influencia de otra persona, y Rimbaud, quien tras sus primeras publicaciones fuera llamado un joven genio sinvergüenza, era de un espíritu libre cuyo estilo de vida abiertamente gay conmocionó incluso a los artistas más vanguardistas de Londres y París a finales del siglo XIX.
Pero fuera lo que se convirtió, la relación de ambos genios de la letra fue uno de varias ramas, ya que dio pie a la inspiración y lugar a hermosos poemas que todavía son leídos por los descendientes, pero también cerró las puertas literarias y famliares a Verlaine, quien terminó de sufrir su inestable vida matrimonial y mostraba diariamente un carácter cada vez más violento.
Consciente de lo que estaba sucediendo, Mathilde le plantó cara y Verlaine decidió alejarse de Rimbaud y asentar de nuevo la cabeza, pero contra sus mejores esfuerzos, la enmienda duró poco porque la pareja regresó al desenfreno dado que negaban la idea de abandonarse. Tomaron la decisión de huír juntos a Bruselas y de ahí a Londres, continuando sus aventuras que fueron encanto y lujuria, pero también nervios y tormento que ocasionaba embriaguez y maltrato entre ambos.
Por un parte, Arthur se hartaba de Paul, de su debilidad, de sus vicios, y de que se lamentara por la separación de su esposa, mientras este respondía con violencia física y hasta un disparo en el verano de 1873, con el que fue juzgado y penado con dos años en prisión.
Al salir de su encarcelamiento, Paul Verlaine volvió nuevamente a Inglaterra y después a Rethel, donde ejerció como profesor. Para 1883 publica en la revista Lutèce la primera serie de los poetas malditos.
Por su parte, Arthur se convirtió al catolicismo y los amantes se reencontraron por última ocasión en 1875 en Alemania, pero su encuentro nuevamente acabó en pleito.
Después de esto, Rimbaud siguió viajando por todo el continente europeo, y en el verano de 1876 se enroló como soldado para el ejército colonial neerlandés. Volvió a Francia y luego viajó a Chipre, y en 1880, se quedó a vivir finalmente en Yemen, como empleado de cierta importancia en la Agencia Bardey. Falleció en Marsella el 10 de noviembre de 1891, después de volver a Europa a causa de un carcinoma en la rodilla derecha que había degenerado de una sinovitis.
Paralelamente, Verlaine logró reintegrarse en los círculos literarios parisinos, pero no recuperó a su familia, y murió en paz, pero sin Mathilde y sin Rimbaud, con tan solo 52 años, el 8 de enero de 1896, cinco años después que el hombre que tanto amó.
A pesar de la historia que incluye fuerte subidas y bajadas emocionales, físicas y creativas, el aura de ambos perdura también en las letras, ya que su mente prodigiosa y capacidad de aprendizaje, retención y creación fuera de lo común, también cargadas de carácter, arrogancia, desfachatez y osadía, ambos resaltan como maestros y precursores de los poetas simbolistas y decadentistas.
Ambos vivieron sintiéndose preso de todo ello, y juntos se entregaron a una vida de constate exceso y tormento, pero también de creaciones hermosas, y al final las dos cosas perduran.