Siempre abordando la abstracción, el arte de Barbara Hepworth es uno que trata principalmente sobre las relaciones, y no solo entre dos formas presentadas una al lado de la otra, sino entre la figura humana y el paisaje, el color y la textura, y la más importante, entre las personas a nivel individual y social, una idea que la ha convertido en la primera artista en crear esculturas completamente abstractas en cualquier parte del mundo.
Nacida en Wakefield, Yorkshire en 1903, mostró una promesa artística temprana. Después de expresar interés en la escultura egipcia, un instructor la animó a solicitar una beca para la Escuela de Arte de Leeds, un lugar donde encontró que el paisaje y la educación artística serían inspiraciones para el resto de su vida.
En 1921, después de unos años, la joven artista se enroló en el Royal College of Art de Londres, sin embargo, no fue hasta un viaje a Italia en 1924, que Hepworth aprendió a tallar piedra gracias al escultor italiano Giovanni Ardini, con quien sintió que le había presentado el gremio en donde quisiera desenvolver su vida. Metida de lleno a la disciplina de la escultura y lejos de su familia en el extranjero, se casó con el escultor John Skeaping, con quien tuvo más una relación intelectual que amorosa.
Fuente: Pinterest
Para 1926, los recién casados se mudaron a Londres y desde entonces trabajó en el modo moderno de "talla directa", una forma de esculpir que requería que los artistas se involucraran directamente con sus materiales, usando un martillo y un cincel, enfatizando en la mano, el gesto y la individualidad.
Hacia finales de la década de 1920, Hepworth estaba esculpiendo formas que incluían un bebé, una máscara, un torso y un niño que se convertía en madre, desviando su forma y fondo hacia la abstracción, complementando con el paisaje y aventurándose con sus materiales, llamando la atención de la esfera artística del Reino Unido.
Aunque ya había cosechado una notable atención de sus contemporáneos, lo que finalmente impulsó notoriamente su trabajo fue que se convirtió en la primera escultora en utilizar agujeros deliberados en su obra. Y es que, así como aprovechaba la piedra, Hepworth aprovechó el espacio ingrávido como un material en sí mismo, con lo que convirtió el agujero en una conexión entre diferentes expresiones de forma, definiendo que su mayor legado quizá podía ser la ausencia.
Con la llegada de la década de 1930, el éxito estaba en la puerta de la artista, quien defendía su trabajo y su forma innovadora y no comprendida por todos diciendo:
"Cada escultura debe ser tocada, es parte de la forma de hacerla y es realmente nuestra primera sensación, es el sentido del tacto, el primero que tenemos cuando nacemos. Creo que cada persona que mire una escultura debe utilizar su propio cuerpo. No puedes mirar una escultura si vas a permanecer rígido, debes caminar alrededor de ella, inclinarte sobre ella, tocarla y alejarte de ella", explicó la creadora.
La notoriedad la llevó a regresar a Francia, donde conoció a Constantin Brâncuși, Pablo Picasso y el artista Auguste Herbin, quien la invitó a exponer con el grupo Parisian Abstraction-Création, que incluía a famosos modernistas como Piet Mondrian y Wassily Kandinsky. Este montaje la ayudó a conectar con la escena artística continental, y el Museo de Arte Moderno compró su primera escultura en 1936, marcando defiitivamente su influencia en la escultura moderna.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial en 1939, Hepworth padeció no solo la destrucción de su estudio, sino las nuevas condiciones del país que no apoyaban la creación de esculturas. A pesar de la agitación, la reputación de Hepworth se mantuvo entre el gremio y disfrutó de algunas exposiciones institucionales y de galería, recibiendo, incluso, su primera retrospectiva en 1943 en Temple Newsam, en Leeds.
En 1947, dos años después del final de la guerra, inició su aclamada serie Dibujos de hospitales, que presenta procedimientos quirúrgicos llenos de luz, color y suaves marcas de lápiz, ofreciendo un antídoto o bálsamo para la sangrienta época que vivía el Reino Unido. Tras los estragos bélicos, Barbara disfrutó de grandes elogios hacia la década de 1950 y 1960, haciéndose la primera mujer fideicomisaria de Tate, quien le otorgó una gran retrospectiva, lo que la hizo una parte clave del próspero movimiento artístico abstracto de Gran Bretaña.
Las formas abstractas de Hepworth la llevaron a convertirse en una figura clave en la historia del modernismo, y mientras Hepworth continuaba esculpiendo, su cuerpo se estaba desmoronando porque sufría de cáncer de lengua y de problemas de movilidad. En 1975, se quedó dormida mientras fumaba un cigarrillo en su estudio Trewyn en St Ives, y el edificio se quemó y ella murió dentro.
"Hepworth era pequeña e intensa en apariencia, pero profundamente reservada en su carácter", escribió Sir Alan Bowness, su yerno e historiador del arte. "Siempre fue sorprendente que una mujer aparentemente frágil pudiera realizar un trabajo físico tan exigente, pero tenía una gran dureza e integridad".
Si bien nunca adoptó una plataforma feminista, las esculturas de Hepworth hablan por sí mismas. Abogan por la potencia del espacio negativo e interpretan radicalmente uno de los temas perennes del arte occidental, la Virgen y el Niño.
Al final, su obra son destellos de atrevimiento, una proyección tridimensional del sentimiento primitivo; tacto, textura, tamaño, escala, dureza y calidez, evocación y compulsión por moverse, vivir y amar.
Hoy, sus más de 500 esculturas encuentran ecos en las generaciones de trabajo que siguieron, y aunque a lo largo de su vida, Hepworth se asoció con un círculo de luminarias europeas como Walter Gropius y Henry Moore, entre varios otros, su legado proyecta una sombra única, convirtiéndola en una de las artistas más importantes del siglo XX para suscitar ideas sobre el cuerpo y el mundo que nos rodea con formas reducidas y ejecutadas por expertos.