Helen Escobedo era una visionaria. Habló de las cosas que no se comentaban en su época, marcó un nuevo proceso artístico y creó algunas de las esculturas más memorables de México, donde el público, la crítica y los turistas formaban parte de la obra.
Nacida en la Ciudad de México el 28 de julio de 1934, Helen comenzó a estudiar arte a la edad de 15 años, en el Mexico City College, que hoy es la Universidad de las Américas, donde tomó clases con Germán Cueto, un excepcional escultor que le inculcó la disciplina como una forma de libertad que le pudiera ayudar a expresar su intuición sobre las propiedades de los materiales que usaba.
Fuente: Borzelli Photography
Estos valores y métodos de enseñanza la convirtieron en una excelente dibujante que realizaba proyectos e instalaciones utópicas que a menudo introducían un objeto subversivo como comentario crítico y humorístico del espacio urbano.
Escogiendo el dibujo como su medio preferido para desarrollar ideas para proyectos ambiciosos, sus bocetos se volvieron imágenes complejas pero indispensables para comprender su obra, en particular su intención de subvertir las prácticas artísticas establecidas, su voluntad de experimentación y su interés por los procesos, más que por los objetos acabados.
Y no fue hasta 1964 cuando inauguró su obra escultórica con una voz propia y contundente con la serie Vernissage, que marcó el inicio de una carrera que la distanciaba de las tendencias de las galerías.
Su creatividad, tenacidad y poco miedo a destacar como mujer en una disciplina cerrada al sexo femenino, la vieron introducir principios de funcionalidad en el arte de los años 70, lo que la condujo hacia la arquitectura y el diseño como métodos, lo que la convirtió, además de una brillante escultora, en una experimentadora centrada en la solución de problemas.
Conforme crecía su presencia entre sus contemporáneos, Helen se interesó en considerar el arte como una estrategia simbólica para afrontar problemas sociales o situaciones concretas, de esta manera, la firma repetitiva del artista desapareció, favoreciendo respuestas específicas a cada situación dada.
Poco después vendrían sus esculturas habitables: formas laberínticas, paisajes lunares que contienen espacios utópicos para ser habitados.
“Me considero”, decía, “una solucionadora de problemas”.
Con esta nueva perspectiva de su propia obra, comenzó a trabajar en superficies bidimencionales y monumentales que se liberaban de la base y se integraba con la arquitectura y el ambiente, creando grupos artísticos, con quienes trabajó con la idea del contrasentido, aunque también hubo un cierto deseo de corregir las nociones de diseño integral de la Bauhaus.
Cuando llegó el año de 1968, Helen Escobedo finalmente trabajó a lado de colegas de la misma profesión, una experiencia, que ella misma recuerda como "única que arroja como resultado extraordinarias obras abiertas que conjugan la pasión". Fue invitada por Mathias Goeritz, uno de sus grandes amigos, a formar parte del equipo que diseñaría la Ruta de la Amistad, uno de los más ambiciosos proyectos de las Olimpiadas Culturales de los Juegos Olímpicos de México 1968.
Con la escultura llamada Puertas al viento, la valía de la mexicana se volvió innegable ante los ojos del resto del mundo, mientras su adopción de la ortodoxia del lenguaje geométrico, donde no buscaba la perfección ni la rigidez, sino formas orgánica que surgen de la reflección sobre los aspectos más vitales de la vida, creaba una escuela que hasta el día de hoy se alza como una de las más trascendentes, volviéndola una indispensbale del colectivo cultural mexicano.
Fuente: Museo Experimental El Eco
Unos años después, Helen y Paolo Gori emprendieron un viaje por México con el fin de investigar y registrar todos los monumentos oficiales del país, un esfuerzo que reveló a la artista la necesidad de cambio y exploración hacia otras posibilidades de la escultura a gran escala.
Como resultado, Escobedo saltó a la exploración de la noción de especificidad de sitio, medio ambiente e instalación para abordar cuestiones sociopolíticas y ecológicas en su trabajo. Además, la frontera se convirtió en un tema crucial para la artista.
En otras ocasiones, se volvió hacia la dimensión existencial y trágica del cuerpo humano al tiempo que señalaba temas políticamente urgentes, como la migración y sus consecuencias.
Al final, el motor de las exploraciones artísticas de Escobedo fue su enérgico estilo de vida de viajes constantes, sus encuentros multiculturales, su atracción por la cultura popular y la interdisciplinariedad.
Las eculturas de Helen son alegría y melancolía, fusión entre el arte y la vida que se preocupa por temas ecológicos. Pensando fuera de disciplinas predeterminadas, su espíritu vanguardista, su humor (incluso en las circunstancias más extremas), sus buenos modales, su ecuación entre forma y el contenido de sus proyectos nos acompañan hasta hoy, proponiendo alternativas al espacio urbano.