En la víspera de Navidad de 1985, dos estudiantes universitarios irrumpieron en el Museo Nacional de Antropología en la Ciudad de México y robaron casi 150 de los artefactos prehispánicos más preciados de México.
Entre los objetos saqueados se encontraba una famosa vasija de obsidiana azteca con forma de mono y la máscara mortuoria de jade de un antiguo gobernante maya.
Los ladrones habían planeado meticulosamente su atraco, estudiando las rutinas del personal y las piezas que se llevarían, así como estableciendo una fecha en la que su plan pudiera salir mejor.
Mientras los guardias se tomaron un descanso para festejar juntos la fecha, los dos malandros saltaron fácilmente la cerca metálica ubicada en la Avenida Reforma, cruzaron el jardín, y utilizaron una escalera para descender al sótano.
Luego, se arrastraron por el interior de los conductos de aire acondicionado para llegar a las salas de exposición, y durante las siguientes tres horas, los ladrones recorrieron el museo robando obras de arte de valor incalculable.
No fue hasta las 8 de la mañana del día siguiente cuando llegó el siguiente turno de guardias, y alguien se dio cuenta del robo.
La noticia conmocionó a todo el país, y el expresidente Miguel de la Madrid ordenó de inmediato una investigación, por lo que un impresionante conjunto de agencias unieron fuerzas para localizar a los delincuentes y los artefactos robados.
El robo se denunció a la INTERPOL, y se enviaron descripciones detalladas de los artículos robados a 158 países.
Durante cuatro largos años, la policía buscó a los delincuentes y los objetos robados, pero fue en vano, mientras abundaban los rumores de que los ladrones eran una banda profesional de ladrones de arte responsables de otros robos a museos en todo el mundo. Parecía como si las invaluables obras de arte hubieran sido llevadas a un lugar lejano para no volver a ser vistas nunca más.
Pero entonces, en 1989, la policía tuvo un golpe de suerte.
Luego de un año de mantener escondidos en un armario los objetos robados en una colonia residencial del Estado de México, los dos jóvenes de clase media responsables del robo, Carlos Perches, de 25 años, y Ramón Sardina, de 26, fueron detenidos.
El 12 de junio, las portadas de los periódicos nacionales anunciaron el rescate de los objetos robados y los detalles del caso.
Dos días después, en un acto profundamente nacionalista, el presidente realizó una ceremonia oficial para devolver los objetos robados al museo.
Como resultado de este incidente, se implementaron nuevas normas generales de seguridad en todos los lugares del museo y se aplicaron reformas judiciales al Código Penal a todos los casos de robo de sujetos sagrados para la nación.
Para el futuro, el Museo Nacional de Antropología también instaló un sistema de alarma electrónica antirrobo, un sistema de detección de incendios, un sistema de circuito cerrado de televisión y más personal de seguridad.
Así, el atraco al Museo Nacional de Antropología fue un llamado de atención para la nación, ya que abrió los ojos de la gente al gran valor de nuestro patrimonio arqueológico, y así cambió para siempre nuestra percepción de nuestra identidad cultural.
Las repercusiones del atraco llegaron a los titulares de todo el mundo, y puso en alerta sobre la vulnerabilidad de muchos museos y galerías; también destacó la necesidad de protocolos de seguridad más estrictos y una mejor protección de nuestro patrimonio cultural.
A casi cuatro décadas del histórico hurto, la razón por la que los dos jóvenes cometieron el atraco sigue siendo un misterio, ya que, por el lado de tráfico de piezas, los objetos que se llevaron son tan valiosos que hubieran sido imposibles de vender.
Si estás interesado en esta historia, no te pierdas Museo, donde el director mexicano Alonso Ruizpalacios construye un relato ficticio, ligeramente absurdo, de este impresionante atraco.