Peter Brook, el innovador director de teatro británico, cuya enorme influencia llegó a todo el mundo, murió este domingo a la edad de 97 años.
Brook redefinió la forma en que pensamos sobre el teatro con sus producciones en la Royal Shakespeare Company de Stratford; en el Bouffes du Nord, el dilapidado music hall parisino en el que hizo su base durante más de 30 años.
Además de su gran trabajo escénico, llevó el arte a aldeas africanas, donde sus actores improvisaban representaciones, demostrando que podía brillar e influir tanto en los escenarios grandes como los modestos.
Muchas de sus producciones fueron aclamadas por la críticas gracias a su capacidad por despojar al teatro de lo superfluo y destilar el drama a lo esencial, presentado el trabajo con claridad y un toque de elegancia.
Peter Brook, el maestro del teatro. Fuente: El Mundo
Nacido en Londres en 1925, Brook llegó a la mayoría de edad como un joven y precoz director de la Royal Shakespeare Company durante un periodo en el que el trabajo de los ahora canónicos innovadores europeos del teatro del siglo XX, comenzaba a hacer sentir su presencia en Gran Bretaña.
El cuestionamiento total de lo que debería ser el teatro inspiró a Brook hacia la innovación metodológica y estética, y modeló para él una forma de escribir sobre teatro para un público popular en prosa impactante y vívida, que seguiría a lo largo de su carrera. Para Brook, todo lo que se necesitaba para el teatro es un lugar, un actor y un miembro de la audiencia. Todo lo demás es complementario.
Y a lo largo de su vida, se dedicó a demostrar esto con una serie de producciones intensamente enfocadas y cada vez más reducidas.
Estos incluyeron una austera producción de King Lear (1962) con Paul Scofield y adaptada al cine en 1971. Luego estaba la locura controlada de su Marat/Sade (1964) y una icónica producción de A Midsummer Night’s Dream (1970).
Desde su debut y durante la década de 1990, y entrando al nuevo milenio, Brook se mantuvo constantemente activo, y continuó creando espectáculos clásicos e interculturales en el Théâtre des Bouffes du Nord de París.
Así como creó producciones, trabajó con artistas internacionales en proyectos que harían giras extensas.
Su enfoque clarificador sobre lo que realmente importa en el teatro (recortar todo, desde la puesta en escena hasta el estilo de actuación e infundir lo que queda con complejidad, matiz e inteligencia) se puede discernir en todo el espectro de la actividad teatral contemporánea. Así, Brook elevó el listón de lo que el público debe esperar del teatro, pero también de lo que los creadores pueden exigir de sus audiencias.
Abogó por un teatro en el que un proceso creativo riguroso sustentara un compromiso absoluto de los actores con el momento presente de la representación. En respuesta, las audiencias se sentirían obligadas a traer sus propias inversiones, atención y deseos.
El trabajo de Brook no estuvo exento de controversia, pero rara vez se alejó del centro de los debates sobre los intereses humanos en la creación del teatro. También trabajó en cine, incluida una adaptación de 1963 de El señor de las moscas, y en ópera, dirigiendo producciones radicalmente reducidas de Carmen y La flauta mágica.
De esta manera, y hoy que lamentamos su pérdida, reconocemos que Brook nos recordó cuán alto puede ser lo que está en juego en una puesta en escena.
Michelle Terry, directora artística de Shakespeare's Globe, estuvo entre quienes rindieron homenaje a Brook, mencionando:
Hemos perdido un faro. Él no solo creía en la profunda humanidad y el poder transformador del teatro y Shakespeare, sino que lo puso en acción. Fue un practicante verdadero y raro y su legado debe vivir en aquellos de nosotros que humildemente lo seguimos en su eterno verano.