Recordando el expresionismo de Juan Barjola, es inevitable adentrarse a su historia, una que termina por ser tan crítica como su obra.
Nacido en Badajoz el 19 de septiembre de 1919 como el hijo de Lorenzo Galea Alvárez y Candelaria Barjola Sánchez, la Guerra Civil española interrumpió su adolescencia y dejó una huella imborrable en su obra, ya que desde entonces, se interesó por la tradición española de Diego Velásquez, Francisco de Goya y El Greco, así como por los artistas flamencos y Hieronymus Bosch.
Desde niño manifestó su afición por el dibujo, lo que llevó a sus padres a orientarlo en el camino del arte. A los 15 años, Barjola llega a Badajoz para iniciar su formación e ingresa en la Escuela de Artes y Oficios de la ciudad. Plenamente comprometido con su incipiente carrera, en 1943 se traslada a Madrid, donde cursa primero estudios en la Escuela de Artes y Oficios de la calle La Palma, y más tarde, en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando.
Fuente: Arte Informado
En paralelo, amplía su formación en el Museo del Prado, donde copia a Velázquez e interpreta a Goya, Brueghel, el Greco y el Bosco. En esta época, inicialmente ganándose la vida como escultor, Barjola realizará una serie de trabajos académicos de corte naturalista, con temas tomados de la vida familiar, personajes de suburbio y otras escenas costumbristas.
Comienza entonces a dibujar espontáneamente la naturaleza como animales, árboles y obras e imaginación. Igualmente, se dedica a copiar las láminas de dibujo escolar que le da en clase su maestro don Guillermo Llera.
A partir de 1950, se dedicó exclusivamente a la pintura, viajando a Bélgica y París, donde encontró obras de artistas como Henri Matisse y Chaïm Soutine.
Iniciando una nueva etapa de corte post-cubista, tendencia imperante entonces en Madrid debido a la influencia que Daniel Vázquez Díaz ejerció sobre toda una generación, Barjola desarrollará por estos años imágenes facetadas, de tratamiento en planos y coloraciones azuladas y frías.
Al mismo tiempo, comienza a desarrollar una nueva etapa más constructiva, marcada por los colores terrosos. En 1957, Barjola debuta individualmente en la madrileña galería Abril, y ese mismo año celebra otras dos muestras personales más en Bruselas, en las galerías Theatre y Vallvora. Inicia entonces una brillante carrera expositiva que llevará su obra por Europa, Japón, Estados Unidos y Latinoamérica.
De cara a 1958, inicia un corto aunque intenso periodo donde experimentará un lenguaje de tendencia abstracta en el que la materia pictórica asume el protagonismo del cuadro, haciendo que la suya sea ahora una marcada por gruesos y suntuosos empastes de sórdidas y oscuras coloraciones. En este momento, el apogeo de la abstracción matérica liderada por Tàpies desde Barcelona, el pintor encuentra su camino.
Con el éxito que empezaron a adquirir sus obras y algunos de sus trabajos de escultura, el pintor realiza sus primeras exposiciones individuales en Madrid, comenzando un ciclo más mental, pero nunca dejando de lado el cubismo sincronizado y el expresionismo. En 1961, se presenta en una exposición colectiva en el Museo San Telmo de San Sebastián, donde su pintura cargada de expresividad al servicio de una temática inquietante empieza a retumbar en el escenario artístico español.
La singularidad de su pintura obedece al hecho de ser proyección del miedo como categoría existencial. Igualmente enriquecido con tonos negro, carmín y verde, su búsqueda de expresividad es una experimentación a las deformaciones.
Hacia 1964, su obra sufre una nueva evolución, marcada por el inicio de la Edad de Oro del pintor en España, donde reinaban los cuadros transformados por la aparición de la figura humana, el espacio tridimensional, la luz natural y el aire libre. Más maduro en su trabajo, desaparecen los empastes gruesos y su lenguaje se torna más fluido, mientras sus colores adquieren brillo y luminosidad. Así, Barjola creará una serie de obras de brutal expresionismo y gran potencia visual, ligadas a los temas de la violencia y la guerra.
No obstante, entrando a la década de 1970, su pintura comenzará a dejar atrás este peso conceptual para abrirse a una experimentación más puramente plástica, en la que forma, composición y color se convierten en protagonistas. Este cambio desemboca, en la década de 1980, en una pintura marcada por el sentido decorativo y por un lirismo más ligero y optimismo. Desaparece todo el dramatismo de su obra, y los cuadros se convierten en celebraciones de la luz, el color y el movimiento.
Durante estos años, participó en la Bienal de Zaragoza, la Bienal de São Paulo y la Bienal de Alejandría, recibiendo el Premio Nacional de Dibujo, así como el Primer Premio de la Exposición Nacional del Mediterráneo. Dictó lecciones en la Academia de Bellas Artes de San Fernando y ganó la primera medalla de pintura en la Exposición Nacional de Bellas Artes.
En 1985 recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas y dona más de un centenar de obras de arte al Museo de Bellas Artes de Asturias. Luego se construyó el Museo Barjola en el Palacio de la Trinidad (Gijón), y fue nombrado "Hijo Adoptivo" de Asturias. Expuso por primera vez en el Museo de Arte Contemporáneo de España, y muchas veces en el Museo de Extremadura e Iberoamérica de Badajoz, que cuenta con una sala permanente que lleva su nombre.
Tras su fallecimiento en 2004, se le han dedicado importantes exposiciones como la retrospectiva celebrada en el IVAM de Valencia en 2006.
Actualmente, Juan Barjola está representado en el museo que lleva su nombre en Oviedo, en el Reina Sofía de Madrid, en los de Bellas Artes de Bilbao y Asturias, en el IVAM de Valencia, en el Museo de la Solidaridad de Chile, en el Camón Aznar de Zaragoza y los de Arte Contemporáneo de Vilafamés, Sevilla, Alicante, Toledo y Cáceres, entre otros muchos.