Como ocurre con muchos artistas, la experiencia del exilio fue fundamental en la obra de Seund Ja Rhee, ya que esta ruptura fundacional atestigua una determinación poco común y una fe absoluta en su destino como artista.
Nacida en Jinju, en Corea bajo el dominio japonés, Rhee estudió en la escuela secundaria para niñas de su localidad antes de mudarse a Japón para asistir a la Universidad de Mujeres Jissen en Tokio en 1938, donde descubrió su verdadera vocación.
Fuente: Rhee Seund Ja Jinju Museum Of Art
No obstante, después de descubrir su talento y casarse con su novio universitario, en 1951, con el estallido de la Guerra de Corea, la turbulencia regresó al seno de su hogar, y tras tres años complicados, se vió forzada a abandonar su casa y a su familia para instalarse en París.
Al llegar a la capital apenas hablando francés, Seund Ja Rhee enfrentó valientemente las dificultades del choque cultural y una vida material precaria.
Se formó en pintura y grabado en los talleres de Yves Brayer y Henri Goetz donde absorbió las influencias de diversas corrientes artísticas contemporáneas, pero sin realmente encontrar su propio camino. Ingresó en la Académie de la Grande Chaumière en 1953 para estudiar con ambos personajes que tendrían un profundo impacto en su arte, aunque siempre negando la occidentalización de su estilo.
El camino de la creación lo encontrará alrededor de 1959, cuando comenzó a interesarse por las xilografías y el grabado mientras visitaba el Atelier 17 de Stanley William Hayter.
A través del descubrimiento de una técnica, el grabado en madera, que se convertirá en su modo de expresión privilegiado y mediante el desarrollo de un estilo gráfico, marcado por símbolos y caracteres de escritura coreana y japonesa, la artista coreana empezó las facetas que definieron sus pinceladas, unas que se colocan entre las más trascendentes de los pintores surgidos tras la separación de Corea.
Fuente: Rhee Seund Ja Jinju Museum Of Art
Hacia la década de 1960, Seund practicó su visión en el arte figurativo y abstracto, haciéndose notar con sus colegas europeos, luego saltó a una forma que ella llamaría como mujer y tierra, y después explotó su visión de cosmos, naturaleza, ciudad y superposición, volviéndose una pintora completa capaz de fusionar algunos de los estilos más peculiares y contrastantes de la época, aunque con una armonía singular, como eran sus propias pinturas.
También pasando por el diseño de tapices y mosaicos, la prometedora pintora coreana presentó su talento en varias exposiciones en galerías y museos clave, incluido el Museo Nacional de Arte Contemporáneo de Corea, Gwacheon y la Galería Hyundai, y de esta manera, el camino estaba marcado.
Utilizando la xilografía más que una técnica, sino como un ejercicio físico y espiritual que la conecta con la naturaleza, en particular con los árboles por los que siente un particular respeto y veneración, las obras de la pintora empezaron a ofrecerse a altísimos precios dentro del gremio artístico europeo.
Rhee se liberó a mediados de la década de 1960 del marco convencional para grabar sobre "formas naturales", es decir, en ramas recogidas de la naturaleza que 'cortan en la dirección de la veta o en su grosor, y que por lo tanto conservan su forma vegetal original en la impresión.
Esta forma de grabado y realización que evocan los caracteres de la escritura coreana o japonesa colocaron su arte como uno de los más fascinantes en la época post-guerra de su país.
Así, remitiéndose a sus recuerdos del jardín de su infancia, de los bosques y montañas de Corea, la pintura abstracta, pasiva y fuertemente comunicativa de Seund se empezó a distinguir de todas las demás.
A partir de 1972, la artista amplió su reflexión al mundo de las grandes metrópolis y las creaciones artificiales por excelencia, encontrando los mismos principios orgánicos que vio en su serie de la naturaleza: unidad celular, contraria y polos complementarios, ríos que se separan y unen.
Esta nueva reflexión la llevó a privilegiar formas concéntricas simples y superpuestas, inspiradas en los símbolos del yin y el yang, volviendo una de las más fuentes de su herencia asiática.
Seund continuó de esta manera su trabajo hasta marzo de 2009, cuando falleció a la edad de 90, y es que, el recuerdo de su historia empata lo fascinante de sus formas, porque, aunque fuera particularmente doloroso su caso, el haber responder al llamado de su profunda vocación tuvo su premio, ya que hoy la coloca como una de las artistas indispensables del movimiento coreano contemporáneo.