Patricia Piccinini es una artista que explora las fronteras de la ciencia y la tecnología a través de sus fotografías, videos, instalaciones y esculturas que son bestias con ojos marrones conmovedores y orejas largas, personajes tan atractivos como grotescos.
Desde principios de la década de 1990, Piccinini se ha interesado por la forma humana y su potencial de manipulación y mejora a través de la intervención biotecnológica.
Desde el mapeo del genoma humano hasta el crecimiento de tejido humano a partir de células madre, el arte de Piccinini traza un terreno en el que se entrelazan el progreso científico y las cuestiones éticas.
A mediados de la década de 2000, Piccinini comenzó a imaginar máquinas que desarrollan comportamientos animales, convirtiéndose en organismos autónomos, y con esto en mente, creó esculturas futuristas hechas de fibra de vidrio, acero y cuero que se asemejan a motonetas mutadas y cascos de carreras.
Tanto impresionantes como desconcertantes, estas esculturas insinúan que los humanos pueden manipular pero no controlar la vida o la evolución.
Con sus fascinantes, desconcertantes y tiernos trabajos, Piccinini primero obtuvo un título en historia económica y luego un B.A. en pintura. Al principio de su carrera, pasó un tiempo en museos médicos haciendo dibujos de especímenes preservados, aunque continuando sus estudios de patologías y aberraciones de la anatomía influyeron en sus esculturas.
Patricia, quien más tarde consiguió convertirse en la representante de Australia en la Bienal de Venecia de 2003, fue haciéndose un lugar en la escena artística contemporánea de Oceanía con sus criaturas mutantes realistas representadas en silicona y cabello, siempre defendiendo su cruzada por obtener alegría de aquellas cosas que sabemos que son imperfectas a través de los valores de compromiso y comunidad.
Desde entonces y hasta hoy, su trabajo ha sido una lucha por combinar lo lindo y lo grotesco, enfrentando nuestro impulso de nutrir contra nuestra repulsión, y animándonos a ver la belleza de todas las formas creadas, sin importar cuán monstruosas, deformadas o artificiales.
Todas las obras de Piccinini comienzan con sus dibujos, que ella y un pequeño equipo de técnicos traducen en objetos tridimensionales. Utilizan procesos tradicionales (como modelos de plastilina esculpidos a mano), así como técnicas basadas en computadora como fresado CNC e impresión 3D para probar ideas antes de fabricar obras terminadas.
Siempre atenta al potencial de los avances en la ciencia médica, Piccinini retrata a mujeres, hombres, seres y animales en entornos similares a los de la vida diaria, es decir, lidiando con los prejuicios, los temas de salud, y las contradicciones emocionales que nos rigen diariamente.
Formando vida con propiedades mutantes no evolucionadas, generando personajes tan feos que solo una madre podría amarlos, el arte de Patricia va hacia el fondo del alma y se dirige al corazón, dando a luz a un arte compasivo y tierno ante el cuestionamiento de belleza al que nos pone a prueba.
Con series como Giblets, del 2000, Truck Babies, Plasmid Region, y Desert Riders, entre tantos otros, Piccinini encontró una residencia en Tokio, donde su arte ha gozado de un estrecho paralelismo con la estética pop de alta tecnología del arte contemporáneo japonés y con el concepto de kawaii, utilizado en Japón para describir lo lindo y lo vulnerable.
Con ese ideal impreso en su esencia, Patricia ha ido expandiendo su universo a otros países que incluyen Alemania, Estados Unidos, México y otros más en Asia.
Al final de todo, las esculturas tiernas y desconcertantes de la artista australiana sirven como una respuesta tan profundamente personal a los problemas relacionados con la intervención médica en la vida humana, así como con el ciclo interminable de creación y crecimiento corpóreo.