A la vez cosmopolita y vanguardista, Kati Horna es conocida principalmente por sus fotografías de la Guerra Civil Española tomadas entre 1937 y 1939 para un álbum encargado por la República Española, así como por su amistad con Robert Capa y los pintores surrealistas posteriores, Leonora Carrington y Remedios Varo.
Se convirtió en fotógrafa en plena expansión del fotoperiodismo como fenómeno de la cultura de masas, y supo aprovechar las oportunidades de compromiso profesional, estético y político que le ofrecía la prensa ilustrada europea del período de entreguerras.
En la década de 1960, Horna pasó a producir un cuerpo notable de trabajo profundamente personal, algunos de ellos como reportajes fotográficos fantásticos para revistas como S.nob.
Mujer y máscara, 1963 Kati Horna, 1912–2000. Fuente: MoMA
Reflexionando sobre cuestiones de género, fugacidad y deseo, sus historias dan testimonio del florecimiento creativo de Horna como artista en maduración en el exilio.
En resumen, su trabajo se caracteriza por la influencia de los principios de la Fotografía surrealista y su propio acercamiento conmovedor al fotoperiodismo y la fotografía documental.
Horna comenzó su carrera fotográfica en la joven República de Hungría en 1933. La fotografía, recién huérfana de padre y firmemente política, le ofreció a Horna los medios para ganarse la vida y la oportunidad de cumplir sus ideales políticos.
Tras matricularse en la escuela de fotografía más prestigiosa de Budapest, dirigida por József Pécsi, se trasladó a París en 1933, donde centró su atención en la vida que veía a su alrededor en las calles y cafés de la capital francesa.
Su serie Les Cafés de Paris (1934) captura su ojo brillante para la ironía y la diversión. Sin embargo, este estado de ánimo más ligero pronto se vio ensombrecido por las imágenes más serias que dictaría la historia, a saber, la Guerra Civil española en 1936.
El conflicto fue la primera gran guerra europea en la que la población civil se llevó la peor parte de la violencia, un trágico precursor de la guerra mundial que estaba a la vuelta de la esquina, y Horna, de manera única, vio que la acción real estaba tanto fuera como dentro del campo de batalla; se quedó en las ciudades llenas de cicatrices de Barcelona y Madrid, documentando el efecto devastador de la guerra en la gente común.
Sus fotografías de mujeres ancianas, niños pequeños, bebés y madres son a la vez desgarradoras por su inmediatez y visionarias por la elección del tema, e imágenes como la de su mujer amamantando en un campo de refugiados presentan la dignidad y la fuerza de las mujeres bajo asedio, así como como su predicamento.
Horna también fue experimental en sus técnicas, ya que también desplegó la técnica de la superposición, y creó asombrosos estudios de cuerpos de muñecas desmembrados.
En la parte más madura de su vida, fue maestra, donde dio cátedra de su tendencia al surrealismo, la política y el sentido del lugar, influyendo en el trabajo de estudiantes como Flor Garduño, a quiene presentaba la fotografía “como una herramienta para la recuperación de la memoria", y es que, en efecto, para ella, la fotografía permitía rescatar del olvido las pérdidas que marcaron su vida.