Josefina Robirosa es una de las artistas fundamentales de la historia de la plástica argentina, con un legado singular y difícil de adscribir en una corriente específica, ya que se reinventó una y otra vez a lo largo de su carrera.
La obra de Robirosa, que falleció apenas en mayo de 2022, posee un hilo medular de doble filo, ya que representa la naturaleza y a la vez algo más profundo: un interés por los lazos espirituales del mundo, o bien, aquella realidad no visible que parece ser capaz de poder observar con una envidiable atención.
La trayectoria de Josefina ya abarca más de 40 años, y puede ser estudiada y comprendida en diversas las etapas por las que ha atravesado su desarrollo, y es que cada uno de los períodos de su vida, el acercamiento al tema ha sido diverso, y por eso es una artista que merece ser estudian de manera separada. Sin embargo, a pesar de las diferencias de una etapa a otra, existe en su obra un concepto general que se separa de las concepciones históricas del paisaje y de la aproximación a la naturaleza.
Fuente: Infobae / Facebook Maria Torcello
Así, la artista se presenta ante nosotros como un pincel que se relaciona al romanticismo, el impresionismo, y el espíritu de la abstracción, así también con el expresionismo abstracto y la abstracción lírica.
Nacida el 26 de mayo de 1932, en Buenos Aires, Argentina, su formación fue de la mano de Héctor Basaldúa y Elisabeth von Rendell mientras fue demostrando su talento en un mundo dominado por hombres. Así, formó parte durante la década de 1950 del grupo llamado Siete pintores abstractos, integrado por Marta Peluffo, Rómulo Macció, Clorindo Testa, Víctor Chab, Kazuya Sakai y Osvaldo Borda.
A la par de su adhesión a ese grupo, sus obras de colores intensos fueron expuestas en los espacios más importantes de la vanguardia artística, lo que la convirtió también en una de las figuras del Instituto Di Tella.
Entrando a la década de 1960, el crítico Jorge Romero Brest la invitó a integrar el envío argentino a la Bienal de San Pablo, donde su poética individual le fue abriendo las puertas del gremio artístico latinoamericano.
En 1958 se unió temporalmente al Grupo Boa, dirigido por Julio Llinás, cuyo objetivos y espíritu de le definieron el camino; ahí, Robirosa surgió al panorama de las artes plásticas argentinas era el momento de la difusión y expansión de la no figuración en Buenos Aires, y eligió ese lenguaje. Se enroló en lo que en esa época se conocía como abstracción lírica en contraposición al arte concreto, más riguroso y con objetivos diversos.
Durante los años 60 y principios de los 70 participó en numerosas muestras que difundieron el arte argentino en el exterior, y en la década de 1980 integró los envíos oficiales que recorrieron diversas ciudades del mundo celebrando la vuelta de la democracia.
A partir de 1984 comenzó a exponer con frecuencia, a la par que su obra comenzó a estar representada en numerosas colecciones privadas e institucionales como las del Museo Nacional de Bellas Artes, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Ministerio de Relaciones exteriores y culto de la República Argentina, Museo Juan B. Castagnino de Rosario, la Albright-Knox Art Gallery de Buffalo (Estados Unidos), Blanton Museum of Art, The University of Texas at Austin y JP Morgan Chase Art Collection.
“El arte despierta nuestra percepción de la realidad en la acepción más profunda y más vasta que podemos imaginar. Es un lenguaje o un medio para iniciar un viaje”, decía la renombrada artista cuya búsqueda espiritual siempre fue una constante, y que encontró en la meditación y la apertura a canales de energía las formas de superar crisis, dolencias y desesperanzas.