Erik Bulatov es uno de los artistas vivos más importantes de Rusia y Europa del Este. Él figura, junto con Ilya Kabakov, entre un grupo pequeño pero significativo de artistas rusos que, alejados de las regulaciones gubernamentales del sistema artístico soviético, lograron formas completamente independientes de expresión artística.
Nacido en 1933, se graduó en la Escuela Media de Arte de Moscú para niños especialmente dotados, donde estudió con Oleg Vassiliev y Kabakov, quienes también se convirtieron en maestros de la escena artística no oficial en Moscú.
Entre 1952 y 1958 fue un estudiante destacado en el departamento de pintura del Instituto Surikov y se esperaba que se graduara con la Medalla de Oro, lo cual significaría mención honorífica, pero debido a que organizó una rebelión estudiantil contra el plan de estudios de los maestros, fue despojado de dicho premio.
Cuando se graduó, trabajó como ilustrador de libros infantiles en editoriales junto con Oleg Vassiliev, pero nunca pudo exponer en la URSS debido a la censura que lo persiguió de sus años revoltosos en la escuela, a excepción de breves exposiciones en el Instituto Kurchatov y el Blue Bird Café en Moscú en 1965 y 1968, donde finalmente pudo presumir su estilo post-vanguardista original que fue puliendo hacia la entrada de la década de 1970.
Erik Bulatov. Fuente: Xibt Magazine
Mediante la experimentación con una variedad de modales modernistas, Erik logró poderosos efectos sociales grotescos al unir paisajes naturalistas estándar y grandes símbolos de carteles a través de su coherencia extraordinaria.
A partir de entonces, su sistema pictórico único y estricto se empezó a expresar por primera vez a través de sus imágenes de palabras, donde analizó la interacción de sistemas simbólicos contrastantes, como el lenguaje y las imágenes o la abstracción y la ilusión, un tema que todavía sigue investigando al día de hoy. Su trabajo fue entonces adquiriendo códigos simbólicos que empezaron a lograr un trasfondo cultural, haciendo que se colocara rápidamente en la mente colectiva de su país, incluso a pesar de las restricciones y de las difíciles condiciones laborales en Rusia.
Se propuso el objetivo de estudiar y plasmar el arte en la columna vertebral de su sociedad, así como el significado de la civilización soviética. No se apartó con disgusto con lo que sucedía en su país, sino todo lo contrario, optó por no fingir que estaba por encima del medio ambiente o ajeno a la ideología; eligió no derramar desprecio e intentar plasmar su realidad.
Después del colapso del régimen soviético, Bulatov abandonó Rusia. No fue una emigración, sino una oportunidad, repentinamente materializada, de vivir y ganarse la vida a través de su arte.
En Rusia nadie compraba sus cuadros y el artista había tenido que ganarse la vida como ilustrador de libros para niños, pero en Nueva York y París, donde tuvo una breve residencia, el arte de Bulatov se centró inicialmente en una gama similar de problemas: el impacto de la propaganda visual de la cultura de masas capitalista en la mente de los consumidores.
En París, en 1991, retomó los emblemas y la tipografía de la glorificación socialista que se fueron haciendo temas inconfundibles a lo largo de su obra. En esos años, coincidió con diversos artistas surrealistas y post-modernistas, con quien compartió y debatió sobre mensajes políticos e ideológicos inequívocos, modos de expresión ligados a un tiempo y lugar particulares, al mismo tiempo que daban lugar a múltiples asociaciones visuales.
A su regreso a Rusia, el tema de Bulatov se tornó amplio, así como su percepción sobre el papel del gobierno en la clasificación y control de todo. A partir de ello y entrado hacia la década de 1990, Bulatov simbolizó al gobierno a través de su uso del lenguaje como un sistema de orden y control, la base de la ley escrita y la restricción que luego enyesa en cada árbol y roca. Es en este sentido que las pinturas de Bulatov pudieron adquirir una precisión más universal y un atractivo más populista.
Volcando su énfasis a los aspectos públicos y externos de la vida —la calle, la tierra, la transmisión de la televisión estatal— reforzó la noción de que los pensamientos y sentimientos de uno son y pueden mantenerse propios. Con esos ideales claramente marcados en su expresión, los aspectos psicológicos y emocionales se colocaron más allá de los confines de las palabras, el lenguaje y la ley, con lo que puede decirse que terminó por colocarse como uno de los mensajes más evocadores de la escena pictórica en Rusia.
Mirando hacia el nuevo milenio, Erik Bulatov es comunmente afiliado al conceptualismo de Moscú, el arte Sots y el hiperrealismo, no obstante, con el pasar de los años, el artista se sostiene como un travieso de las imágenes y la ideología de la cultura oficial soviética. Las metáforas visuales de Bulatov son sencillas, claras e incluso didácticas. Sin embargo, el artista intenta realzar y aclarar tales metáforas a través del simbolismo del color.
Gran parte de sus polémicas obras pueden ser encontradas en las principales colecciones públicas y privadas de Europa, Rusia y Estados Unidos.
El año 2006 marcó la primera exposición retrospectiva de sus pinturas en Rusia, en la Galería Tretyakov de Moscú. En 2008, Bulatov se convirtió en miembro honorario de la Academia de las Artes de Rusia.
Desde entonces, el artista tuvo más de 15 exposiciones personales, incluidas las del Museo Garage de Arte Contemporáneo, el Manege de Moscú, el Instituto de Arte Contemporáneo de Londres, el Museo de Bellas Artes de Zúrich, el Museo Nacional de Mónaco, así como en Francia, Noruega, Alemania, Holanda y otros países.
En cualquier otro país, un pintor como Bulatov habría sido un motivo de orgullo, aclamado como tesoro nacional, sobre todo porque realiza su análisis de los aspectos sociales y existenciales de la vida moderna con los tradicionales medios de expresión de un pintor tradicional. Nuca dejó a un lado su pincel y su lienzo, ni lo reemplazó con cámaras de video o instalaciones. A pesar de todo eso, o quizás debido a ello, su particular versión del arte contemporáneo sigue siendo invaluable.
Actualmente, Bulatov es uno de los pocos artistas rusos cuyo precio es récord en subastas internacionales; en la subasta de Phillips, la obra Glory to the CPSU se vendió por alrededor de $1.2 millones de dóalres.
Hasta el día de hoy, continúa viviendo y trabajando entre París y Moscú.