David Byrne (1952, Escocia), el mítico compositor, productor y líder de The Talking Heads, reunió en el libro de 2012 How Music Works una serie de anécdotas sobre el inicio, ascenso y desarrollo de su carrera.
Mismas que entrelazó con sus descubrimientos en torno a la historia y evolución de la música a partir de la continua experimentación y análisis de sus procesos creativos.
De ello destaca la investigación que realizó sobre la relación entre la arquitectura y la música, al identificar que el sonido que emana un ensamble musical no suena del mismo modo en un entorno cerrado que en uno al aire libre o uno con características sonoras específicas.
A partir de esto, Byrne se remonta a la música africana, de donde se origina la mayoría de los géneros que conocemos hasta la actualidad.
Al respecto, escribe que los sonidos tradicionales logrados con instrumentos rudimentarios y sin una aparente estructura formal no son así por coincidencia, ya que responden a una situación física, acústica y social determinada:
“La música se adapta a la perfección, sónica y estructuralmente, al lugar donde es escuchada. Se adapta absoluta e idealmente a esa situación: la música, una cosa viva, evolucionó para encajar en su nicho disponible”.
De ahí, Byrne se traslada a las composiciones realizadas por músicos como Bach y Wagner, y a la música occidental de la Edad Media, que era interpretada en catedrales góticas de muros de piedra.
“Lo que mejor suena en este tipo de espacios, tiene estructura modal, a menudo con notas muy largas. Melodías de progresión gradual que rehúyen de cambios de tono funcionan magníficamente y reafirman su ambiente místico. Esa música no solo funciona bien acústicamente, sino que ayuda a establecer lo que conocemos como aura espiritual”.
Después estudia la complejidad de la ópera, la cual se presentaba, entre otros recintos, en un lugar histórico conocido como La Scala, construida en 1776.
Este sitio suplía las filas de asientos con casetas o habitáculos y era ahí en donde la gente solía comer, beber, hablar y socializar en medio de las interpretaciones.
Asimismo, Byrne lo compara con el ambiente que se vivía en el legendario bar neoyorquino CBGB, en donde se dieron cita grandes agrupaciones del rock: The Talking Heads, Blondie, Patti Smith, Television, etc.
En relación a La Scala y las salas de su tipo, David menciona: “a diferencia de los grandes auditorios de hoy día, tienen un sonido muy compacto. He actuado en algunas de esas antiguas óperas y si no subes demasiado el volumen funcionan sorprendentemente bien para ciertos tipos de música pop contemporánea”.
Sobre la música sinfónica, el autor de Diarios de bicicleta, afirma que ésta tuvo que adaptarse injustamente a espacios cada vez más amplios, con lo que rebasaba su naturaleza inspirada en las salas de palacio y óperas.
“La música rítmica, música percusiva con predominio de batería, lo pasa muy mal en ese lugar… Me he dado cuenta de que el lugar de más prestigio no es siempre el mejor para tu música”, afirma David.
¿Y la música popular?
Al mismo tiempo en que la música clásica fue adaptándose a los requerimientos del público y los nuevos espacios, la música popular, como el jazz, el blues, el country y el rock & roll, también se transformaron, al ser ritmos que surgieron para bailar en medio de bares, burdeles y funerales, y con el tiempo se mudaron a salas de espectáculo.
Byrne explica: “En esos espacios había poca reverberación y no eran grandes, así que, como en el CBGB, la sensación rítmica podía ser fuerte y directa”.
“Los músicos aprendieron a estirar y extender cualquier fragmento de canción que resultara popular, con lo que esas improvisaciones y prolongaciones evolucionaron a partir de la necesidad, y apareció una nueva forma de música”.
La instrumentación del jazz, al trasladarse de los bares a las salas de concierto, también se modificó.
La prioridad ya no era que la música sonara por encima del barullo y los bailarines, sino que se adaptara a la popularización de los micrófonos y la amplificación.
Sobre esto, Byrne declara que la configuración de las bandas, así como las partituras que los compositores escribían, evolucionaron para ser oídas.