Hace 80 años atrás, Antoine de Saint-Exupéry escribió El Principito, una historia para componer al niño roto que llevamos dentro.
En un principio los adultos, como era de esperarse, no entendieron el cuento, pero los niños, tan sabios, tan llenos de luz, comprendieron la grandeza del libro. Tras leer la conmovedora historia, los más pequeños hablaron de rosas, asteroides lejanos, zorros domesticados, del esplendor del trigo, la responsabilidad y el amor. De cosas verdaderamente importantes en esta vida: los amigos, la belleza y la amistad.
Algunos adultos leyeron el libro. La historia del pequeño príncipe les permitió acercarse a esos pequeños, pero sumamente sabios desconocidos: los niños y además recuperar al niño que alguna vez fueron.
Saint-Exupéry escribió un libro que permite realizar diversas lecturas: es una historia que encanta a los niños y a la vez es un texto que ilumina a los adultos debido a que los acerca al misterio de la infancia. El autor reveló verdades que duelen de una forma dulce. Con paciencia y con ternura nos explicó que existimos cuando amamos y que solamente al amar nos ganamos el título de personas.
El Principito apareció en 1943, dos años antes de que finalizara la Segunda Guerra Mundial. Aún faltaba Hiroshima, Nagasaki, los aliados todavía no abrían las puertas de los campos de concentración. Los seres humanos descubrirían que el monstruo de los cuentos no habita en los bosques, que lo podían encontrar con solamente verse en el espejo.
Saint-Exupéry fue piloto y participó en algunas misiones. El horror de la guerra no le era ajeno, pero probablemente cuando escribió el texto no sabía del consuelo (o magnitud de la misma) que la humanidad necesitaría. Las palabras que escribiría resultarían el más grande consuelo que cualquiera podría tener.
Para sanar sus heridas físicas y emocionales, Antoine viajó en 1940 a Estados Unidos a solicitar apoyo para su país. Francia estaba bajo la bota alemana. El autor y aventurero calculó que le tomaría dos semanas sumar adeptos para su causa. Los días se volvieron meses, los meses años.
En las cenas formales dibujaba sobre las servilletas. Garabateaba en los menús de los restaurantes y los manteles de papel de las modestas cafeterías. En cualquier espacio en blanco aparecía el mismo personaje: un pequeño de melenita rizada y redondos ojos asombrados.
El escritor corregía Piloto de Guerra, un libro muy serio; su editor, Eugéne Reynal, descubrió en las márgenes del texto a aquel personaje. Elizabeth, la esposa del editor, confrontó a Saint-Exupéry ¿quién era ese niño? "Poca cosa, es el niño que siempre llevo en el corazón", respondió él.
Aquel personaje tenía una historia que contar. De la misma manera en que el pequeño príncipe le pidió al piloto del libro que le dibujara una oveja, el dibujo hizo una petición para Saint-Exupéry: quería un libro, un planeta hecho de palabras e imágenes.
Sus editores le encomendaron narrar la historia de aquel niño. Una apuesta arriesgada, Saint-Exupéry era un piloto, un héroe. Los héroes suelen escribir libros para otros adultos importantes quienes ponderarán la importancia del autor y la seriedad del tema, aunque se hayan aburrido sobremanera. Las personas serias no escriben cuentos para niños. ¿O sí?
Saint-Exupéry hizo muchas cosas peligrosas a lo largo de la vida, pero en 1941 emprendió su misión más peligrosa: escribir un libro para niños.
El libro está construido con elementos autobiográficos. En 1935 sufrió un accidente en Libia. Él y su compañero pasaron cuatro días en el desierto con escasas provisiones hasta que fueron rescatados por un beduino.
En otra ocasión una falla mecánica de su avión lo forzó a pasar la noche en el desierto. Al despertar encontró una piedra redonda y negra. Era el trozo de un meteorito. En El Principito, como en todas las obras literarias, confluyen lo real y lo soñado.
El 31 de julio de 1944, tan solo una año después de que El Principito viera la luz, Saint-Exupéry partió en una misión. Jamás regresó. En el 2000 los restos de su avión se localizaron cerca de Marsella. Nunca se recuperó su cuerpo. No se han escatimado recursos para la tarea, después de todo fue un héroe, uno que nos enseño a todos, grandes y pequeños, a cerrar los ojos y mirar con nuestro corazón.