Petrit Halilaj no ha dudado en utilizar todo lo que vivió en su niñez y adolescencia como fuente de inspiración para su trabajo artístico y es precisamente por eso que hoy, más que nunca, nos parece importante hablar sobre la misma.
Los recuerdos de la infancia del artista nacido en Kosovo, centrados en el drama de la guerra y la posterior tragedia de los refugiados, se han vuelto en su gran motor para dar vida a sus complejas y monumentales instalaciones.
Actualmente, ante la invasión de Rusia a Ucrania, vemos millones de personas afectadas y es por eso que resulta crucial hablar sobre la importancia del hogar y de la identidad cultural, lo que Halilaj ha hecho por tantos años a través de un trabajo sumamente personal en búsqueda de su propia identidad.
Un ejemplo perfecto de esto fue la instalación que realizó en la Bienal de Berlín, donde ocupó la planta baja del Instituto KW de Arte Contemporáneo con un gigantesco esqueleto de madera de un edificio: The places I’m looking for, my dear, are utopian places, they are boring and I don’t know how to make them real.
Dicha obra representaba el ‘fantasma’ de la casa que se suponía que habitaría su familia en su tierra natal, pero el aspecto más emocional se lo dio el que sus hermanos y su padre hallan trabajado junto con Halilaj en su construcción.
Halilaj nunca se ha negado a explicar de dónde proviene su inspiración, pero tampoco a dado con lujo de detalles todo lo que realmente vivió cuando era más chico.
Entre las pocas cosas que ha compartido sobre dicho periodo de su vida es que fue gracias al arte que pudo sobrevivir y buscar la fuerza para seguir adelante.
El propio artista cuenta que el día que su vida volvió a cobrar sentido fue cuando distribuyeron materiales de dibujo a todos los niños que se encontraban en el campo de refugiados que él se encontraba, en Albania.
A cada niño se le ofreció un lápiz de color, pero Petrit Halilaj, de unos 13 años en dicho momento, insistió en tener dos y le explicó a uno de los trabajadores humanitarios que era ambidiestro y que podía dibujar simultáneamente con ambas manos.
Pronto, los periodistas que llegaron al campamento para informar sobre la guerra o las condiciones de los refugiados comenzaron a documentar al joven artista que podía plasmar asombrosos periquitos, gallos y gallinas con las dos manos.
La vida que Halilaj conocía había terminado, pero un nuevo mundo, totalmente desconocido e incierto, se develaba ante él y pronto sabría que este era el del arte.
A través de los años, este artista ha encontrado su estilo, uno que está cerca de la estética del Arte Povera italiano, combinado con un poco de Land Art, debido a que siempre busca lo espectacular sin perder de vista la simplicidad.
A pesar de lo joven que es, tan solo tiene 36 años, las exposiciones de Halilaj resultan bellísimas narraciones concebidas, en las que la ficción se infiltra en el contexto sociopolítico de sus obras.
No muchos artistas saben cómo conmover a un público y despertar sus emociones, pero Petrit Halilaj lo hace y de la forma más bella que existe.