Antoine de Saint-Exupéry escribió El Principito, una bella historia para enseñarnos a los adultos a reconciliarnos con nuestro niño interno. Una historia para sanar, de una u otra forma, el niño roto que todos llevamos dentro.
Con sus palabras, Saint Exupéry trazó una especie de mapa para ayudarnos a encontrar un tesoro perdido: nuestra infancia.
El Principito cuando por fin salió a la luz pública no fue bien recibido por los adultos. En cambio los niños, con su inmensa sabiduría, entendieron la esencia del libro de inmediato.
Tras leerlo hablaron de rosas, asteroides lejanos, zorros domesticados, de responsabilidad y del amor. Los más pequeños entendieron que lo que verdaderamente vale en esta vida son los amigos, la belleza y la amistad, y que los adultos solemos enfocarnos en las cosas insignificantes: bienes materiales, la riqueza y el poder.
Después de leer El Principito, los pequeños pueden ver de manera distinta a los adultos debido a que comprenden que le tienen miedo a la belleza del mundo.
Cuando un adulto lee con atención esta historia, sin problema alguno puede acercarse a los más pequeños y al mismo tiempo recuperar al niño que alguna vez fue.
La magia del libro que Saint-Exupéry escribió radica en que permite realizar varias lecturas: es una historia que encanta a los niños y a la vez es un texto que ilumina a los adultos, pues acerca al misterio de la infancia.
El autor, que nació un 29 de junio en Lyon, Francia, y murió el 31 de julio de 1944, aborda sutilmente en El Principito verdades que duelen.
Antoine de Saint-Exupéry explica, con muchísima paciencia y sabiduría, que a los adultos los definen sus posesiones, lo que está totalmente mal.
El Principito apareció en 1943, tan solo dos años antes de que finalizara la Segunda Guerra Mundial. Faltaba aún Hiroshima y Nagasaki. El hombre aún no se enfrentaba a su peor versión, así que su libro brindó, sin habérselo propuesto, consuelo y sabiduría.
Debido a que fue piloto, Saint-Exúpery tuvo que realizar varias cosas peligrosas en su vida. Contaba con cicatrices que daban cuenta de sus accidentes de aviación, pero no fue hasta 1941 que emprendió su misión más peligrosa, la de escribir un libro para niños (y los adultos que quisieran abrir su corazón).
El Principito está construido con elementos autobiográficos. En 1935 el autor sufrió un aparatoso accidente en Libia. Él y su compañero de viaje pasaron cuatro días en el desierto con pocas provisiones. Atormentados por la sed y el hambre sufrieron alucinaciones y luego, como por arte de magia, fueron rescatados por un beduino.