En 1923, con sus mejores obras y años aún por delante, se le pidió a Virginia Woolf que colaborara en un pequeño periódico familiar que sus sobrinos adolescentes, Julian y Quentin Bell, hijos de la hermana de Woolf, la destacada artista del Grupo Bloomsbury, Vanessa Bell, cuyos grabados en madera adornaron algunos de los libros de Virginia— había soñado.
Pero en lugar de una presentación única, unió fuerzas con sus sobrinos y el trío comenzó a publicar The Charleston Bulletin: un conjunto de folletos de historias y bocetos anunciados dentro del hogar como Suplementos, escritos por Woolf, ilustrados por el joven Quentin y que cubren las pruebas de la familia. con ingenio irreverente y humor interior.
Fue allí donde apareció por primera vez el cuento infantil poco conocido de Woolf, La viuda y el loro, pero el periódico permaneció inactivo en los archivos de la familia Bell durante casi un siglo hasta que finalmente se transcribió en su totalidad y se publicó como The Charleston Bulletin Supplements, con todos los escritos de Woolf y 40 dibujos originales de Bell.
Fuente: Zenda Libros
Desde retratos ingeniosos de miembros de la familia y sirvientes domésticos hasta vistazos detrás de escena de las excentricidades de varios artistas del Grupo Bloomsbury y otros "charlestonianos eminentes", este trabajo familiar es a la vez un retrato íntimo del círculo de Woolf y una crónica conmovedora de este colaboración creativa tía-sobrino.
Más adelante, tras la muerte de Virginia, Quentin Bell, sobrino de Woolf, bajo la influencia del viudo de la gran escritora inglesa, publicó la biografía de su tía en 1972 basándose en los aprendizajes y experiencias adquiridos durante esta etapa. Esto después de que le comentaran que había “gente dispuesta” a escribir la biografía de Virginia Woolf.
Acto seguido, a Quentin le sugiriieron que fuera él quien se ocupara del tema, y el asunto quedó resuelto. Todo quedaría en familia, ya que sería él quien escribiría la biografía autorizada de un escritora excepcional cuya vida tuvo detalles originales, situaciones conflictivas, algunas insólitas, y otras consideradas anómalas en su época.
El texto se iría a convertir en un clásico en su género porque el vínculo familiar no le impidió dar cuenta de una infancia marcada por el abuso y los trastornos mentales que la familia percibió a lo largo de su vida.
Que ella no haya sido discreta en sus cartas y diarios, y que se haya referido con ironía e incluso cierta crueldad a sus sobrinos y cuñado explicaría cierta parcialidad de Quentin Bell, quien en numerosas ocasiones tiende a explicar las acciones, pensamientos o reflexiones de Virginia Woolf como consecuencia de lo que llama su “locura”.
Así, aunque reconoce “yo estaba demasiado unido a mi tía y de forma constante tenía que desconfiar de un afecto que fácilmente podía derivar en una pérdida de objetividad”, no se priva de diagnósticos categóricos: alude a las ocasiones en que ella “enloqueció” o a su “locura”.
Al final de todo, Virginia Woolf. Una biografía es un título sincero para la obra, ya que se trata de “una biografía”, “una” mirada e interpretación signada, como adelantamos, por lo que el entorno familiar estaba dispuesto a legar.
Quentin, quien fuera crítico e historiador de arte, también escultor, pintor, ceramista y escritor, se desenvolvió en un campo en el que su familia lo venía haciendo desde, por lo menos, un par de siglos.
Años más trade, tras el gran éxito de la obra, Quentin Bell afirma que su propósito fue “puramente histórico”, y que su deseo consistió en presentar “hechos que se desconocían con anterioridad”.
Si bien el texto cumple con ese objetivo, es ante todo una propuesta de brindar “una descripción clara y verídica del carácter y desarrollo personal” de su tía.
Vale aclarar que, como todos sus biógrafos, Bell supo que Virginia Woolf osciló entre la tentación de darle categoría artística al género y afirmar que el biógrafo no posee “la imaginación del artista”.
Para ella, “el biógrafo
es un artesano, no un artista, y su obra no es una obra de arte, sino algo intermedio, encabalgado”. Es así que nos quedamos con la duda de cuál sería su opinión acerca de la biografía escrita por su sobrino.
Virginia fue una mujer que advirtió que “hay historias que cada generación debe contar de nuevo”, y también invitó a los lectores a estar atentos: “Vamos a buscar, quizá no tanto en lo escrito, sino entrelíneas”. Y eso es lo que hace esta biografía un texto singular e imperdible si uno que adentrarse a la vida, obra y pasión de la gran artista.