A primera vista, los dioramas que la artista Abigail Goldman crea lucen encantadores, pero si se miran de cerca uno puede darse cuenta que las diminutas esculturas que forman parte del mismo realizan violentas y bastante sangrientas acciones.
Durante el día, Abigail Goldman trabaja como investigadora para la oficina del defensor público en Bellingham, Washington. Por la noche, crea pintorescos mundos en miniatura con idílicas escenas de la vida teñidas de sangre.
De pequeña, Goldman descubrió una colección de fotografías de archivo de crímenes de los años 20 y 30. Estas invocaron una fascinación más allá de sus representaciones puramente clínicas sobre la violencia debido a que abrieron las puertas a fascinantes y complejas historias.
Para Abigail Goldman esas espeluznantes imágenes albergaban una narrativa apasionante, lo que se convirtió en su inspiración para crear pequeñas, pero poderosas obras de arte.
Snack Shack, 2019. Abigail Goldman. Foto: Hashimoto Contemporary Instagram
Las sombrías realidades que reproduce, desde el asesinato de un cónyuge hasta niños armados, no solo son hermosas, sino también a menudo ridículas, pues las suele envolver en un humor bastante macabro.
Las adorables piezas, encerradas en una especie de burbuja de plástico, invitan al espectador a mirar y mirar más de cerca. Con reminiscencias de los juguetes y las casas de muñecas con las que solíamos jugar de niños, esta familiaridad pronto se ve pervertida por los detalles grotescos de cada diorama.
Las imágenes violentas se entrometen en casi todos los aspectos de nuestras vidas, atrapadas en la red de hiperconectividad permitida por la innovación tecnológica. La representación de la violencia en los medios visuales y las noticias se ha vuelto implacable. Este flujo continuo de imágenes violentas puede insensibilizarnos a la violencia real que representan o capturan.
Mistakes were Made, 2022. Abigail Goldman. Foto: Hashimoto Contemporary Instagram
Los dioramas que Abigail Goldman crea revitalizan, de una forma bastante diferente, la forma en que confrontamos las imágenes violentas, pues adormecen al espectador con una falsa sensación de seguridad antes de desatar su horror. A diferencia de las pantallas 2D por las que circula la mayor parte de las imágenes violentas que consumimos, los dioramas son 3D y ocupan su propio espacio físico.
Aunque estemos acostumbrados a la violencia en pantalla, la tangibilidad que Goldam crea exige una interacción del espectador que no es familiar por lo que confronta de una forma verdaderamente diferente que acaba sintiéndose como una pequeña sacudida.
Las bellas, pero súper violentas escenas a las que Abigail Goldman da vida destacan como recordatorios de los horrores de este mundo y ofrecen una especie de alivio a lo absurdo que resulta la vida en algunas ocasiones.