Flotando entre la abstracción y la figuración encontramos las obras meditativas de Andreas Eriksson, aquellas que crean una ventana al mundo exterior y pueden interpretarse como topografías de mosaico o detalles de formas orgánicas como árboles, tierra y formaciones rocosas.
Andreas nació en 1975 en Björsäter, Suecia, y actualmente, vive y trabaja en Medelplana en la orilla sur del lago Vänern, Suecia.
Es, a través de su extensa paleta de colores, considerado uno de los artistas suecos más importantes de la actualidad.
A fines de la década de 1990, Andreas vivía y trabajaba en Berlín, atrapado en una fase intensa de su floreciente carrera internacional, con numerosas exposiciones importantes, cuando comenzó a sufrir hipersensibilidad electromagnética.
Se vio obligado a alejarse de la ciudad, de las zonas densamente pobladas y de los campos electromagnéticos de la vida urbana.
Desde entonces, su práctica artística se ha vuelto muy expansiva y abarca una amplia gama de medios que incluyen pintura, fotografía, escultura, tapicería e instalación.
Las obras de Eriksson a menudo parecen tranquilas y discretas, pero ocultan una calidad poética que tiene un efecto duradero en el espectador.
Desde el año 2000, el artista vive en una casa situada en medio de un bosque a la orilla de un lago.
A la hora de inspirarse para trabajar, son los pequeños eventos y fenómenos de su vida cotidiana y del mundo natural que lo rodea se convierten en el punto de partida de sus obras, dando un contexto firme a su proceso de toma de decisiones formales, conceptuales, metafóricas y perceptivas.
Andreas ha utilizado la luz invernal y la vista nevada de la galería con vistas a las vías del tren como modelo para sus nuevas obras: tres telas en damasco; para ellos, ha tenido varias personas para ayudarlo, ya que el proceso de trabajo ha sido lento y exigente, desde convertir la fotografía en una especie de patrón, que su tejedor Hans Thomsson interpretó en el telar.
Desde entonces, las obras han recibido su forma final en el estudio Handarbetets Vänner (los "Amigos de la artesanía a mano") en Djurgården, Estocolmo, donde los detalles entintados se han bordado a mano.
El trabajo de Eriksson a menudo abarca dualidades como el interior y el exterior, la ligereza y la pesadez, la ilusión y la realidad.
Su trabajo oscila enigmáticamente entre lo abstracto y lo figurativo y es a la vez familiar y misterioso.
En consecuencia, estos cambios radicales en su existencia también se reflejan en su obra. Acontecimientos triviales y observaciones de la vida cotidiana y de la naturaleza desencadenan sus contemplaciones metafóricas y existenciales.
La intensidad emocional con la que Eriksson imbuye su trabajo es el resultado de una exploración sostenida de su respuesta al mundo natural.