A principios de la década de 1880, Gustave Eiffel rondaba los cincuenta años. Tras haber creado innumerables puentes, estaciones, iglesias y estructuras metálicas para diversos edificios, incluso el marco de la Estatua de la Libertad para su amigo Frédéric-Auguste Bartholdi, este buscaba causar sensación.
La Exposición Universal de 1889 estaba a la vuelta de la esquina y esta resultaba más relevante debido a que abría camino a los festejos por el centenario de la Revolución Francesa.
La idea de edificar torres gigantes ya estaba en el imaginario colectivo, por lo que Eiffel buscaba, de alguna forma, sorprender al mundo.
Dos de sus empleados más cercanos Maurice Koechlin y Emile Nouguier le propusieron crear una torre gigante, lo que apenas entusiasmaba al reconocido arquitecto pero decidió pedirles que pulieran la idea.
Torre Eiffel. Fuente: Discover Walks Blog
Tres meses más tarde, la pareja volvió con el mismo proyecto, pero le habían pedido al arquitecto Stephen Sauvestre que lo rediseñara por completo.
La torre había adoptado un aspecto nuevo y elegante ya que no había mejor forma de celebrar el progreso técnico que construyendo un edificio de metal.
De acuerdo con algunos de sus biógrafos, Gustave Eiffel al revisar el proyecto quedó entusiasmado debido a que la torre parecía una 'A' mayúscula gigantesca y puntiaguda, suavemente curvada y bellamente dibujada como si fuera una pluma.
'A' de Adrienne, como si estuviera blandiendo un gran amor pasado, perdido, fantaseado e idealizados, a miles de metros de altura para que todo el mundo lo pudiera ver.
Adrienne fue una joven de Burdeos cuyo padre, Marcelin Bourgès, se negó a aceptar la propuesta de matrimonio de Eiffel, pues no lo considerada lo suficientemente bueno como para su hija.
Lo que muchos no saben es que Gustave Eiffel no diseñó la torre que lleva su nombre. No era arquitecto, ni artista, como su amigo Bartholdi, sino ingeniero.
Después de graduarse de la Ecole Centrale des Arts et Manufactures en 1855, perfeccionó su oficio en empresas de construcción metalúrgica. Como parte de su trabajo, ayudó a crear proyectos ferroviarios y rápidamente demostró ser un maestro en la arquitectura del hierro. Su primer gran logro fue el puente Saint-Jean en Burdeos.
Rápidamente se hizo de una sólida reputación y llevó a cabo un sinfín de obras, pero ninguna tan importante como la Torre Eiffel, la cual adoptó y sacó adelante a pesar de mil adversidades.
Su vida personal siempre fue un misterio. Marguerite, con quien se había casado en 1862, murió de tuberculosis en 1877.
Claire, la mayor de sus cinco hijos, desempeñó un papel importante junto a su padre, trabajando como su mano derecha en sus asuntos comerciales y como dueña de la casa en la que vivieron tantos años juntos.
Eiffel nunca se volvió a casar, pero pudo reunirse por un breve periodo con Adrienne. Los pormenores de dicha situación no se conocen a ciencia cierta, pero sin lugar a dudas el que este genio haya visto en la Torre Eiffel una forma de evocar a un gran amor es sencillamente fascinante.