Tarsila do Amaral fue una de las principales figuras en la definición de una tradición modernista brasileña, haciendo de su trayectoria uno de los muchos casos que ilustran la centralidad de las mujeres artistas en la modernización de los movimientos artísticos en América Latina.
Nacida en 1886 en el pueblo rural de Capivari, en las afueras de Sao Paulo, Brasil, Do Amaral se crió en medio de la burguesía brasileña, pero a los 34 años, con una vida fundamentada en el trabajo del campo y al estudio de la pintura, se fue a París, donde se matriculó en la Académie Julian, la famosa escuela de arte moderno que atraía a muchos estudiantes internacionales.
The Moon, 1928. Fuente: MoMA
En esta estapa de su vida coincidió con los pintores franceses como André Lhote, Albert Gleizes y Fernand Léger, quienes formaban a sus estudiantes en la corriente del cubismo.
Mientras la pintora buscaba una voz brasileña distinta dentro del arte moderno, se dejaría encantar por esta corriente que ultmadamente se vería reflejada en su trabajo.
"Quiero ser la pintora de mi país," escribió la artista en una carta a sus padres enviada desde París en 1923, quien siempre se mostró agradecida de haber pasado toda su infancia entre la pobreza, ya que fueron recuerdos de esa época se volvieron preciosos para ella.
Instalada en la escena artística de la capital francesa, luchó por ver dónde acomodaba su aprendizaje de la escena artística de Sao Paulo, y sintiéndose profundamente inspirada por el espíritu luchador de sus amigas la artista Anita Malfatti y los escritores Oswald de Andrade, Mário de Andrade y Paulo Menotti del Picchia, con quienes formó el Grupo de los Cinco.
En los meses siguientes, decidió que exploraría su país natal buscando inspiración en el paisaje local, los personajes y la cultura popular, mezclando las innovaciones de la vanguardia europea con la sensibilidad brasileña, por lo que comenzó a llevar a cabo escenas de su tierra que fueron tan personales como novedosas.
Aunque su carrera abarcó más de seis décadas, su obra más influyente data de este período temprano, cuando sus pinturas y dibujos se convirtieron en los íconos visuales de la identidad moderna de Brasil.
En 1928, se instaló como una paisajista natural e íntima, y una de las que mejor capturaba el sabor, los sonidos y los colores de donde creció, que, aunque se había mantenido lejos, nunca olvidó lo que la impactaron. Sus flores, retratos y paisajes son, hasta la fecha, una historia pictórica fundamental para imaginar las vistas de la célebre pintora.
A la par de su éxito y hallazgo de su personalidad como artista, Tarsila do Amaral se convirtió en el estandarte de un movimiento artístico transformador, uno que diagnosticó el trauma colonial de Brasil e imaginó una cultura nacional moderna surgida de la digestión simbólica.
Lonely Figure, 1930. Fuente: MoMA Facebook
Entrando a la década de 1930, la pintora experimentó con autorretratos metafóricos y figuras contemplativas en sus pinturas que se encuentra de espaldas al espectador, pero de cara a la sublime inmensidad del paisaje, con el pelo saliendo del encuadre, todo con sorprendente sencillez y vibrantes colores.
De esta manera, su figura como una de las mujeres más trascendentales de la pintura en estos años estaba definida, sin embargo, también marcaron la culminación del período más prolífico de su carrera, después del cual abandonó las representaciones imaginativas de la naturaleza en favor de una forma de representación más comprometida socialmente mientras Brasil se hundía en el régimen dictatorial nacionalista de Getúlio Vargas.
En 1933, después de un breve encarcelamiento por simpatizar con la izquierda, regresó a sus orígenes y pintó grandes lienzos que representan a grupos de migrantes y trabajadores en una paleta sombría, enfatizando la diversidad racial, y a menudo, las condiciones miserables de la sociedad industrial moderna.
Murió el 17 de enero de 1973, en su natal Sao Paulo, no sin antes establecerse como una de las principales figuras en la definición de una tradición modernista brasileña.
Décadas más tarde, su influencia del movimiento antropofágico fue redescubierta, celebrada y restaurada por una generación de artistas que trabajaron en Brasil en la década de 1960, en particular los asociados con el movimiento Tropicália, incluido el músico Caetano Veloso y los artistas Lygia Clark y Hélio Oiticica, quienes continuaron inspirándose en el logro de Do Amaral al crear un vocabulario brasileño moderno en las artes visuales.
Las producciones de Tarsila do Amaral se extendieron su legado más allá de la pintura, desde la literatura y la música hasta la moda y el teatro.