La trayectoria artística de Pedro Calapez es tan amplia como consecuente.
Con una formación inicial dedicada a la ingeniería y una temprana dedicación a la fotografía, Calapez realizó su primera exposición individual en 1982, en la Galeria Diferença, en Lisboa.
Dos décadas más tarde se le considera con razón como uno de los artistas portugueses más conocidos y valorados.
El carácter constructivo que pone en su producción convive con las manifestaciones oníricas de una creación dirigida fundamentalmente a los sentidos.
Este aspecto lo asemeja a los creadores de la pintura all-over con los que ha admitido compartir el deseo de cubrir a los espectadores de su pintura en un campo cromático.
Pedro nació en Lisboa en 1953, donde vive y trabaja. Comenzó a participar en exposiciones en los años setenta y en 1982 realizó su primera exposición individual.
La creación de Calapez, a través de diferentes soluciones formales, expresa un reducido número de temas y propuestas que repite persistentemente en un ejercicio de soberbias variaciones. Algo que podría decirse igualmente, por ejemplo, de Borges, que defendía la existencia en el conjunto de la literatura universal de no más de tres o cuatro metáforas esenciales y que desarrollaba su inagotable literatura a partir de un repertorio temático sumamente reducido.
Borges es sin duda uno de los autores predilectos de Calapez, a juzgar por la cantidad de ocasiones en que lo ha citado o parafraseado en los textos con los que, desde 1975, le ha gustado acompañar las publicaciones de sus sucesivas exposiciones.
"Creo que todo lo que haces es trabajo, y ese trabajo siempre se relaciona con todo lo que ha pasado antes: el arte es arte solo en la medida en que se relaciona con la historia del arte", sentencia el artista.
Las obras de su primera etapa se caracterizan por presentar perspectivas arquitectónicas sin ornamentación sobre fondos muy sintéticos sobre los que se expresan campos policromos abstractos despojados de la agresividad de algunos de los representantes de la última abstracción.
Para Calapez, el arte depende de la lectura de espacios mínimos, espacios de lectura que están ocultos porque están entre cosas, zonas indefinidas, oscuras que nos permiten desarrollar el trabajo de pintar. Y es por eso que lo largo de su carrera ha ido buscando pequeñas estratagemas para capturar esta zona “entre”.
"Muchas de las elecciones que hago están determinadas en relación con el espacio circundante de la arquitectura, con el espacio del paisaje".
El territorio pictórico de Calapez es un laberinto. Un laberinto cada vez más complejo a cada paso, muy difícil de ignorar.
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