Si hubiera una forma de definirlo, pordíamos decir que Claude Cahun es una vertiginosa mezcla caleidoscópica de misterio, exuberancia y sobriedad.
Nacida como Lucy Renée Mathilde Schwob el 25 de octubre de 1894 en Saint Hélier, isla de Jersey, la joven creció en una familia acomodada con profundas raíces literarias en Francia. Su padre era propietario y era el encargado de publicar Le Phare de la Loire, un periódico regional que pertenecía a la familia desde 1876, y su tío era el conocido escritor simbolista Marcel Schwob.
Pero cuando su madre, que padecía una enfermedad mental, fue internada permanentemente en 1898, Cahun, que todavía era Lucy en ese momento, fue enviada a vivir con su abuela, Mathilde Cahun, quien durante varios años, la tuvo expuesta al antisemitismo, por lo que, en un esfuerzo por protegerla, su padre la envió a Surrey, Inglaterra, durante dos años de su educación.
En 1909 regresó a Nantes y conoció a Suzanne Malherbe, quien eventualmente se convertiría no solo en su hermanastra, sino también en su compañera y colaboradora de toda la vida, con quien se mudó a París, en busca de trabajar sin las ataduras que caracterizaron prácticamente toda su infancia.
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Se cree que Cahun tomó su primer autorretrato alrededor de 1913, lanzando una obsesión de por vida por examinar el género, usándose a sí misma como sujeto. Un año después, publicó su primera colaboración con Malherbe bajo los seudónimos de Claude Corlis y Marcel Moore (el nombre que Malherbe asumió de forma permanente). También escribió reseñas literarias en Mercure de France sobre escritores como André Gide, Pierre Benoit y Adrienne Monnier. Por medio de su paso por editorial mantuvo una relación de amistad con Blanche Monnier, conocida en Francia como la Séquestrée de Poitiers, y a la editora estadonidense Sylvia Beach, más tarde propietaria de la famosa Shakespeare and Company.
Para 1918, tras graduarse de filosofía y letras en La Sorbonne, se envolvió completamente en la explosión del arte que tuvo lugar especialmente en la capital francesa tras el final de la Primera Guerra Mundial. Ahí conoció a muchos artistas, pero muy específicamente a André Breton, pontífice del surrealismo, la vanguardia artística en la que termina por involucrarse totalmente para permitirse exhalar su propia identidad, empezando con una exploración de sí mismo que es implacable, y a veces, inquietante.
Viviendo su expresión artística a través del círculo que la hizo la involucraron fuertemente en el diálogo continuo con multiplicidad.
"Debajo de esta máscara, otra máscara. Nunca terminaré de quitar todas estas caras" escribió Claude en Disavowals, su autobiografía, donde ahonda desde sus propios sentimientos cómo fue que utilizó la lente y su cuerpo como armas para retratar sus ideas sobre el género, rechazando las narrativas y convenciones existentes.
No obstante, aunque este discurso, uno que nos resulta fascinante aunque en cierta forma fácil de aceptar a más de 60 años de de su muerte, el ser una artista andrógina a principios del siglo XX no le llegó con ninguna facilidad a Cahun, cuyas nociones desafiantes de belleza y género vinieron de la mano con el título de criminalidad y no del creador del arte radical que actuó como un espejo de la identidad de género y su misma exploración al día de hoy.
En muchos sentidos, la artista surrealista (aunque nunca se convirtió en miembro de pleno derecho debido a la naturaleza de 'club de chicos' del movimiento), tema que también retó a otras artistas como Leonora Carrington, además de tener que lidiar con el efecto de sus obras de arte "cuestionables", Cahun también pisó el lado equivocado de la ley con su escritura, ya que, tanto ella como su compañera Suzanne fueron investigadas por sus poemas de protesta que socavaron la autoridad alemana que controlaba la isla de Jersey en ese momento, donde ambos vivían, y finalmente los llevaron a enfrentar la pena de muerte, pena que libraron.
Donde la mayoría de los artistas surrealistas posicionaron a las mujeres como objetos sexuales, Cahun aventuró las posibilidades visuales de los géneros y cómo se retratan en el cuerpo humano.
Por medio de su obra discreta y sensible, poco conocida en sus tiempos, ya que solo sería verdaderamente reconocida a partir de 1992, Claude Cahun es ternura y distrupción en una sola entrega, naturaleza fragmentada que se ha negado a morir a pesar de que su autora lo hizo a los 60 años el 8 de diciembre de 1954, cansada de la persecusión que también distinguió a su expresión revolucionaria.