Ante el fallecimiento de Sam Gilliam, pintor abstracto que fue todo un pionero en el drapeado y teñido, el mundo del arte está de luto.
Los logros que alcanzó a lo largo de sus 88 años este artista, nacido en Misisipi, Estados Unidos, representan un importante legado, por lo que vale la pena conocerlos y dimensionarlos, pues su camino no fue nada fácil.
Resulta irónico que debido a que fue un artista negro que se dedicó a romper paradigmas, la élite del arte lo ignoró casi hasta el final de su carrera pese a que en 1972 se convirtió en el primer artista negro en representar a los Estados Unidos en la Bienal de Venecia.
Gilliam, considerado un artista de la tercera generación del movimiento abstracto denominado color field, dedicó su vida a crear obras que se abstenían de las imágenes reconocibles y los mensajes políticos por los que optaron por muchos de sus colegas afroestadounidenses.
Four, 1970. Sam Gilliam. Fuente: Ocula
Cabe la pena recordar que fue en la década de 1950 cuando una serie de pintores estadounidenses comenzaron a utilizar grandes superficies saturadas de color que denominaron como color field.
Inicialmente, el color field fue una de las dos tendencias principales del expresionismo abstracto y sus representantes más destacados fueron Clifford Still, Barnett Newman y Mark Rothko, así que Sam Gilliam podría ser considerado su última gran representante.
Así, una década después, en 1960, Sam Gilliam, quien en dicho momento alcanzó la mayoría de edad, experimentó en carne propia la gran evolución de la pintura abstracta en un momento de agitación política y social, en medio de la Guerra de Vietnam y la lucha de los negros por los derechos civiles.
Poco a poco este artista se abrió camino y se hizo famoso por quitar a sus lienzos los soportes de madera para dejarlos caer libremente del techo o de las paredes.
Su propuesta osciló de forma fantástica entre la pintura y la escultura, mientras que sus técnicas evocaban de todo un poco, desde el famoso goteo de Jackson Pollock hasta el teñido artesanal.
La improvisación en la propuesta artística de Sam Gilliam siempre resultó importante ya que todo era relativo para este y por eso literalmente hacía que sus obras se adaptaran a los espacios y no de forma contraria, lo que habla mucho de su siempre disruptora visión.
Pese a que gran parte de su trayectoria mantuvo un perfil bastante bajo, en los últimos años de su carrera su trabajo obtuvo todo el éxito y reconocimiento que merecía, lo que resulta agridulce pues tuvo que esperar tanto tiempo para ello pero logró ver con sus propios ojos el verdadero (y profundo) impacto de su obra.