Conocido como uno de los nombres más destacados del segundo modernismo, hoy toca celebrar la vida y obra de Lino António, nacido en Leiria en 1898 y muerto en Lisboa en 1974.
Su dibujo, de trazo rígido, lo llevó a dedicarse al mural, donde destacó. También se interesó por el mosaico y el fresco, cuya técnica aprendió en Italia.
Al día de hoy, es considerado uno de los elementos del grupo que dio origen a las Exposiciones Independientes que se celebran en Oporto desde 1944.
Estudió en la Escuela Industrial Domingos Sequeira, y tras un meteórico recorrido por la Escuela de Bellas Artes de Lisboa, a partir de 1915 frecuenta el Curso de Pintura de la Escuela de Bellas Artes de Oporto, donde el fervor modernista impregna profundamente su formación.
Su primera exposición individual fue en Lisboa en 1922, y aquel éxito colocó al artista al frente de los mejores valores de la pintura portuguesa contemporánea.
Tras este logro, fue elegido para decorar la Sala de Comercio del Palacio de Portugal en la Exposición de Sevilla de 1928 y en la Exposición Colonial de París de 1932.
Al comienzo de su carrera, integró de lleno el modernismo e hizo ilustraciones para libros y revistas, así mismo, participó en obras colectivas como la decoración del Bristol Club.
En 1954, tras la muerte del escultor Rogério de Andrade, asumió la dirección de la Escuela de Artes Decorativas António Arroio.
Al poco tiempo, convertido en becario del Instituto de Alta Cultura, visitó los principales centros europeos para el estudio de las Artes Decorativas, donde se consagró como un influyente maestro de una técnica depurada.
En 1918, siguieron los éxitos y realizó una exposición individual en Leiria y en 1924 expuso en la Sociedade Nacional de Belas-Artes de Lisboa.
En su grandísima y compleja paleta, dió vida de la gente de la costa pesquera y de la región de Leiria, a quien a menudo representaba de forma moderna, mientras que algunas comisiones servían como normas de aproximación a las convenciones del régimen.
Ante todo, Lino António desarrolló una prolífica carrera como docente, con destaque para su actuación como Director de la Escuela de Artes Decorativas de António Arroio, donde fue muy apreciado por los estudiantes que reconocieron en él el espíritu abierto a las nuevas corrientes estéticas.
Además de ser un artista y docente completo, a Lino se le recuerda común hombre de plena dimensión humana, hecho que lo hizo destacar en tiempos difíciles.