Todas las mujeres en la vida del artista alemán Max Ernst fueron, por decir lo menos, tan extraordinarias como él. Por eso hablar de sus amores resulta tan complejo, pues tuvo varios cuyas historias resultan más que emocionantes, como el sonado triángulo amoroso que sostuvo con Gala y Paul Éluard al inicio de su carrera artística.
Entre las muchas mujeres que este artista amó se encuentra Gala, la famosa musa rusa de varios artistas surrealistas; Marie-Berthe Aurenche, una aristócrata y artista francesa; Leonora Carrington, la famosa artista surrealista nacida en Inglaterra; Peggy Guggenheim, quien fue una de las coleccionistas de arte más respetadas y conocidas de todos los tiempos y la artista sueca Dorothea Tanning.
Todas ellas (y muchas más) quedaban enganchadas a Ernst, a quien difícilmente podríamos calificar como un hombre guapo. Sin embargo, había algo tremendamente interesante y seductor en ese esbelto y misterioso hombre del que hoy hablaremos.
Su bizarro mundo interior, la tensión mística de las imágenes e ideas del dadaísmo y el surrealismo, que salpicaba en sus lienzos, además del deseo de libertad del espíritu su notorio carisma, todo esto fascinaba a las mujeres de naturaleza imaginativa.
Gala Eluard, Max Ernst, Theodor Baargeld, Luise Straus-Ernst, Jimmy Ernst y Paul Eluard. Fuente: Bridgeman Art Library
Durante mucho tiempo, Max Ernst, que estudiaba filosofía en la Universidad de Bonn, en Alemania, no pudo decidir la trayectoria de su vida. Luego, tras visitar la exposición de artistas parisinos en Colonia, decidió enfocarse a la pintura.
Max Ernst se unió al grupo Young Rhineland, que incluía artistas modernistas por lo que se hizo amigo de los artistas August Macke y Robert Delaunay, además del artista de vanguardia francés Guillaume Apollinaire y Hans Arp, un artista y poeta a la vez.
Al absorber todas las últimas tendencias en el arte, Max Ernst intentaba buscarse a sí mismo, a su propio estilo y dirección.
El final de la Primera Guerra Mundial, en la que Alemania fue derrotada, estuvo marcado por un acontecimiento significativo en la vida de Ernst, quien aún vivía vacilante en los suburbios de Colonia, pues este se casó con Luise Straus, una historiadora del arte bien educada y bastante exitosa.
Luise conocía muy bien el mundo artístico de Colonia, por lo que en su apartamento había un salón que utilizaba continuamente para reunir a los artistas dadaístas.
Poco tiempo después (1920), la pareja tuvo un hijo llamado Hans-Ulrich, mejor conocido como Jimmy Ernst. Debido a su gran ubicación y los grandes anfitriones que se convirtieron, su casa pronto se convirtió en el centro del movimiento artístico y literario Dada.
Pero todo comenzó a complicarse cuando en el verano de 1921, los Ernst decidieron irse de vacaciones a Tarrenz, Austria, junto con Tristan Tzara, Hans Arp y su esposa Sophie Taeuber-Arp (una futura artista famosa).
Dicho grupo de amigos esperaba la llegada del poeta Paul Éluard y su esposa rusa, Elena Diakonova, quien luego se hizo mundialmente famosa como la esposa y musa de Salvador Dalí con el nombre de Gala. En ese entonces, la reunión no tuvo lugar, pero dio pie a una futura visita.
Max Ernst, Gala, Paul Eluard y Hans Arp. Fuente: La Vanguardia
En el otoño del mismo año, los Éluard visitaron a los Ernst en Colonia. En ese momento, las estrellas estaban alineadas. Éluard y Ernst se convirtieron en la fuente de inspiración del otro.
En marzo de 1922 fue publicada Répétitions, una colección de poemas de Éluard y collages de Ernst. Las estrechas relaciones entre Ernst y los Éluard se convirtieron en un extraño y muy famoso triángulo amoroso.
Gala jamás le ocultó nada a Éluard, quien aseguran respondió a todas las agresiones diciendo que quería mucho más a Max Ernst que a Gala.
Paz absoluta reinaba entre ese extraño trío. La única que no pudo aceptar nunca la situación fue Luise Straus quien decidió tomar a su hijo y dejar a Ernst con Gala. Oficialmente, su matrimonio lo disolvieron en 1926.
Cabe subrayar que el sueño de Max Ernst de vivir en París, el cual le resultaba inalcanzable por falta de visa, fue cumplido gracias a la ayuda que le brindó su "hermano espiritual" Paul Éluard, pues le prestó un duplicado de su pasaporte, el cual había recibido debido a que supuestamente lo había perdido.
Gracias a lo anterior fue que Ernst pudo acudir a los Éluard, que en ese momento se habían establecido en Saint-Brice, un suburbio de París. Ernst pintó toda su casa con las ideas que llegaban a su mente inquieta y las imágenes de Gala.
Pero no todo transcurrió en tranquilidad, pues Paul Éluard entró en un gran conflicto por el triángulo amoroso que estaban sosteniendo, así que un buen día decidió marcharse y tan solo envió un mensaje que estaba en Tahití.
Gala Éluard, 1924. Max Ernst. Fuente: The Metropolitan Museum of Art
El trío se reunió en Saigón, pero después de un tiempo los Éluard decidieron trasladarse a París.
Tras haber viajado por varios países del sudeste asiático, Max Ernst también decidió regresar a la capital francesa para descubrir que durante su ausencia el dadaísmo había llegado a su fin y había nacido el surrealismo.
Ese cambio resultó totalmente satisfactorio para Ernst, quien en el otoño de 1925 exhibió sus nuevas obras de arte en la Galería Surrealists. Luego en la primavera de 1926 el artista tuvo otra exposición exitosa en París y fue así como su nombre quedó afianzado en el mundo del arte.
La compleja relación amorosa que sostuvieron por varios años Max Ernst, Gala y Paul Éluard llegó a su fin, pero en el otoño de ese mismo año, en una de las galerías de arte, conoció a la joven hija de un alto funcionario: Marie-Berthe Aurenche.
Fueron presentados por el hermano de Marie-Berthe, el director Jean Aurenche, quien en el futuro ganaría tres premios César y era cercano a muchos artistas parisinos. La hermosa Marie-Berthe, o, como la llamaban, Ma-Be, se convirtió en la amada esposa de Ernst por 10 años más, pero esa historia, como todo en la vida de Max Ernst, resultó tan compleja como la anterior, por lo que otro día abundaremos en ella como se debe.
Fotografía tomada a Gala en 1938. Fuente: El País