Las numerosas pinturas que Salvador Dalí hizo de Gala, quien fuera su pareja durante más de 50 años, muestran el gran amor y admiración que este le profesaba.
Libre, culta y adelantada a su tiempo, Elena Ivánova Diákonova, mejor conocida como Gala fue una artista surrealista y la mayor inspiración de Dalí.
El artista español declaró alguna vez que Gala fue la única que lo salvó de la locura y de una muerte temprana.
La inmortalizó una y otra vez, vestida, desnuda, de frente, de espaldas, no importaba cómo, pero Dalí sentía esa necesidad de retratar a su musa, su todo.
Gala incluso adoptó roles en las obras de Dalí como el de la virgen cristiana en la pintura La Madonna de Port Lligat (1950) y como figura mitológica en Leda atómica (1949).
Pero la artista rusa no solo fue la musa y esposa de Dalí, también se desempeñó como su agente e intermediaria con el mundo real.
Dalí era un hombre inseguro, desorganizado y problemático, es por ello que Gala se convirtió en su equilibrio, su todo, en especial durante su llegada a Estados Unidos en 1940, a donde huyeron tras el avance del nazismo hacia París.
Montse Aguer, filóloga catalana, experta en la figura del pintor español y directora de los museos de la Fundación Gala-Salvador Dalí, asegura que Gala estimulaba la creatividad de Dalí y su concentración en el trabajo.
¿Sabías que?
A partir de 1950, Dalí incluyó a Gala en su firma.
“Firmando mis obras como Gala-Dalí no hago más que dar nombre a una verdad existencia, porque no existiría sin mi alma gemela Gala”, aseguró.