Zhang Daqian es uno de los pintores más cotizados en la historia de China; pudo ver y experimentar todo el mundo, pero a pesar de toda la fama y los millones que generó su arte, pasó la segunda mitad de su vida sin poder regresar a su tierra natal.
Nacido en 1899 en la provincia de Sichuan en una familia de artistas en los últimos años de la última dinastía de los Qing, Zhang vivió una época que le proporcionó al joven artista tanto desafíos como oportunidades.
Desde muy pequeño fue educado por su madre y hermanos para pintar, una actividad que cumplía con creces. Juntos viajaron a Japón en 1919, donde Zhang asistió a una universidad y estudió comercio textil con el fin de satisfacer a su familia y convertirse en empresario. Sin embargo, después de dos años de trabjar, no pudo negar su vocación de artista profesional y se mudó a Shanghai, donde pintó prolíficamente.
Continuó copiando todas las obras maestras que podía, y especialmente influenciado por el maestro Shitao y Bada Shanren, dedicó sus primeros años a las artes y a la realización de murales budistas en la localidad de Dunhuang, que resultó ser una experiencia fundamental en su desarrollo.
Envuelto en su arte pero ya con una importante notoriedad dentro de su círculo más cercano, Zhang no tardó en dominar muchos estilos de pintura, por lo que expandió su portafolio de paisajes audaces a retratos muy meticulosos, detallados y expresivos con tinta salpicada. Para sus compañeros, fue muy innovador al desarrollar su propio estilo único, aunque siempre insistió en que su arte estaba firmemente arraigado en la tradición china.
Sin dejar de pintar, su inquietud lo llevó a ser un trovador de su país, aunque su creencia en el desarrollo de su sentido espiritual lo llevó a practicar también el taoísmo, por lo que pasó tiempo en un famoso templo taoísta en las montañas, cerca de Chengdu, llamado Shangqing Gong, donde vivió de forma intermitente de 1943 a 1948, encontrando una atmósfera encantadora que le permitió pintar escenas de la naturaleza, pájaros y animales. En 1948 viajó a Hong Kong, Japón e India, donde realizó varias exposiciones.
En 1949, el artista dejó su país y encontró hogares en Argentina, Brasil, California y Taiwán, donde practicó caligrafía, pintura con pincel de tinta y exhibió su arte, además de coleccionar pinturas de grandes maestros que admiraba. Como suele ser el caso de los artistas de tinta, sus obras posteriores, especialmente sus vibrantes paisajes de tinta salpicada, son las más buscadas.
En 1952, siempre inquieto por nuevas experiencias, vendió un cuadro por un millón de dólares y continúa su exilio, pero lo anterior le permitió sacar a su familia de China y llevársela a Mendoza, Argentina. En este tiempo, Zhang se mantiene como una persona muy sociable con una larga barba, siempre rodeado de un amplio séquito de familiares, estudiantes, amigos y admiradores, presentándose como un artista-literato tradicional chino.
Se dedicó, además de la venta de su arte, a la construcción de casas impresionantes con jardines clásicos chinos. Uno de sus hechos más publicitados fue su encuentro con Pablo Picasso en 1956, uno que fue anunciado como un encuentro de Oriente y Occidente.
Bendecido con una larga vida y lleno de enorme pasión y energía, Zhang Daqian produjo una gran cantidad de pinturas, calculadas en un promedio de 500 al año, la mayoría en su tiempo fuera de China, una acción que reflejaba su fuerte deseo de volver, algo que nunca logró, ya que debido a los constantes cambios políticos que sacudían al país, nunca se le permitió reingresar.
Murió en 1983 cuando tenía 83 años con las ganas intactas de regresar a la tierra y a las montañas que tanto pintó.
En 2011, Zhang Daqian se convirtió no solo en el artista chino más popular en una subasta, sino también en el artista más vendido del mundo, superando a su antiguo conocido, Picasso. Desde entonces, la demanda por su obras se ha mantenido intensa.