Nacido el 20 de abril de 1893 en Barcelona, España en una familia de relojeros, hablar de Joan Miró es referirse al iniciador y estandarte del estilo surrealista europeo, aunque en el fondo, el modernista catalán se consideraba, junto con su arte, libre de cualquier “ismo”.
Y es que para entender a fondo esta corrección en la que insitía el propio Miró, es importante mirar las circunstancias que lo rodearon a lo largo de su vida, desde sus estudios hasta sus condecoraciones como personaje de la cultura, porque ayuda a entender por qué hizo las cosas que hizo, decisiones igual de memorables a las de sus legados artísticos, las que a la postre son los cimientos más populares que lo sostienen como uno de los nombres más vanguardistas del siglo XX.
Tras iniciar estudios simultaneos de negocios y en la Escuela Superior de Artes Industriales y Bellas Artes, Joan Miró se nutrió rápidamente de conocimiento del arte y del negocio, por lo que pronto llegó la primera exposición en la sexta Exposición Internacional de Arte de Barcelona en 1911 cuando tenía 18 años, resultando en un evento que despertaría su vocación y amor por las galería de arte. Se enroló con Francesc Galí en la Escola d'Art de 1912 a 1915, donde se enfundió en actividad artística y en el gusto por las letras leyendo revistas literarias de vanguardia francesa y catalana.
En estos años universitarios, artistas como Maurice Raynal y Francis Picabia marcaron su camino, inspirando obras como Sentado Desnudo Sosteniendo una Flor de 1917, que revelan su creciente interés por el Fauvismo, el Cubismo y una cuidada estética a su entorno, esta última característica, quizá una de las más esenciales para enteder la figura de Miró más allá de su arte y como persona. Con ese ímpetu para continuar descubriendo, se hizo parte de la Agrupación Courbet, con Josep Llorens i Artigas, J.F. Ràfols y E.C. Ricart.
Para 1918, con algunos años de experiencia artística que lo pasearon exitosamente por Barcelona, Joan Miró, como la mayoría de los artistas jóvenes de su época, tenía que estar en el centro de las cosas, y eso significaba París, donde viajó para quedarse en la finca de su familia en Mont-roig del Camp y pintar prolíficamente, poniendo especial enfoque a la vegetación, el paisaje, los pájaros y los pétalos de flores. Con ejemplos como Vines Olive Trees, Tarragona de 1919 y La Granja de 1921–22, hoy mostrada en la Galería Nacional de Arte de Washington, DC, Miró fue puliendo su estilo y encontrando el camino que le abriría las puertas al resto de su vida. Se casa y continúa cosechando exposiciones. En esta etapa donde produjo con intensidad, el catalán conoció a Jean Dubuffet, Paul Éluard, Ernest Hemingway, Pierre Reverdy, Max Jacob, André Masson,Tristan Tzara, Pablo Picasso, y Pablo Gargallo, con quien ya había coincidido anteriormente. Se galvanizó y cambió por completo sus prácticas de trabajo, abandonando el figuratismo y abrazando el surrealismo, proclamando como algunos de sus compañeros de entonces, que tenía intenciones de "asesinar a la pintura".
Para 1925, experimentabafebrilmente con pintura, pastel, grabado, escultura, cerámica, collage, muralismo, tapiz y otros materiales no convencionales, Miró estaba sumergido en una línea estética que privilegiaba los sueños, el inconsciente y el automatismo: la práctica de pintar o escribir sin la intervención del pensamiento racional, y después de que el líder del surrealismo, André Breton, compró una obra de Miró, su marca dentro del movimiento del Surrealismo estaba más que plasmada. Trabajos como Este es el color de mis sueños, de 1925 y Paisaje animado, de 1927 ejemplifican la innegable entrada del artista a este grupo, a pesar de su intento por evadir cualquier ismo.
Este es el color de mis sueños, 1925. Fuente: Christies.
Paisaje animado, 1970. Fuente: Fundación Joan Miró.
Joan Miró post-surrealismo y el estallido de la guerra
Hacia finales de la década de 1920, Joan Miró viajó a Holanda para conocer las corrientes que allá surgían, lo que resultaría en uno de los pivotes más notables para de su carrera, ejecutando Dutch Interiors, una serie de tres pinturas inspiradas en cuadros holandesas del Siglo de Oro de interiores en Holanda, lo que lo arrebataría del Surrealismo durante un tiempo y lo acercaría a la esculturas con materiales no-cotidianos como papel de lija o fragmentos de espejo e hilos. En 1932, adentrado en esta nueva corriente y sin descuidar la pintura que siempre lo caracterizó, sus obras empezaron a tratarse más de un diálogo tangible con los acontecimientos políticos de los años de entreguerras y a los sentimientos de la nación que a cualquier otra cosa.
Las obras Aidez l’Espagne ("Ayuda a España") de 1937, y Mujer de 1934, un dibujo al pastel sobre papel flocado, representan trabajos repletos de angustia, gobiernos dictatoriales y monstruosidad, todos sentimientos que azotaban a una España al borde de conflicto bélico.
En esta etapa Miró también abordó el decorado, vestuario y utilería para las producciones de los Ballets Russes de Monte Carlo.
Ayuda a España, 1937. Fuente: Fundación Joan Miró.
Al estallar la Guerra Civil en España durante 1936, y lo que significaría el inicio de vivir una década corriendo, evitando y siendo testido de guerra, Miró se quedó en París porque había recibido el encargo de pintar un mural en el Pabellón de España para la Exposición Internacional de París; sin embargo, el choque entre el bando republicano y el bando nacional, sumado al inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939, la situación para el artista y la seguridad de su familia se volvió insostenoble, forzándolo a trasladarse primero a Varengeville-sur-Mer, en Francia, y luego a Palma de Mallorca en 1942, donde finalmente escaparon de la guerra, una etapa que lo marcaría en lo que restaría de su vida y de su capacidad laboral.
Este tiempo resultó crucial para explotar su sensibiidad, aprecio al entorno, optimismo y ligereza. Un ejemplo de este renacimiento en Miró es su serie Constelaciones, de 1940, un trabajo que le abriría las puertas del Museo de Arte Moderno de Nueva York, un nuevo mercado dispuesto a descubrir al artista de la mano de Pierre Matisse, hijo de Henri Matisse, quien desempeñó un papel fundamental en la familiarización del público estadounidense con las diversas obras de Joan justo en la época que terminaba el conflicto mundial.
De la serie Constelaciones, 1940. Fuente: Fundación Joan Miró.
Cerámica, bronce, y arte cinético
Al llegar 1945, Miró comenzó a trabajar con cerámica y bronce, colaborando amigablemente con Josep Llorens Artigas y Alexander Calder para lograr obras que a la postre le abrirían las puertas de Universidad de Harvard y la Feria Mundial de Osaka, lugares donde hasta al día de hoy descansan sus trabajos.
En los años por venir, sus esculturas en bronce, pinturas murales, grabado y uso de la acuarela, tinta china, pastel o carboncillo sobre tela le darían estancia en las ciudades más reconocidas del mundo. En 1966 debutan sus primeras esculturas monumentales de bronce, Pájaro solar y Pájaro lunar.
Durante la década 1970, los esfuerzos de Miró dieron prioridad a la obra monumental y pública, por ejemplo, con su gran mural de cerámica para la fachada del aeropuerto de Barcelona o el tapiz para el Hospital de la Cruz Roja de Tarragona.
En 1979, Miró fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Barcelona mientras el rey Juan Carlos I le concedió la medalla de Oro de las Artes Españolas y se instala la escultura Mujer y pájaro en el Parque de Joan Miró de Barcelona, lo que significaría los últimos momentos públicos de un hombre que apostó por la sensiblidad y una alberca de materiales no siempre tradicionales para lograr su huella.
En el marco de lo que habría sido su cumpleaños 128, tras una vida de muchas caras, facetas, sentimientos y reconocimientos, recordamos a Joan Miró, no tanto como el pintor o el escultor, sino como el artista siempre en sintonía con el mundo que lo rodeaba dada la época en la que vivió, nunca abandonando su compromiso político, social y poético en todo el trabajo que realizó.