Zao Wou-Ki no solo merece el laurel de ser uno de los artistas chinos más conocidos del mundo actual, también merece la corona como el rey del abstraccionismo chino, un elemento desconocido para el país hasta la presencia del artista.
Nacido en Beijing en 1921 en el seno de una familia acomodada, Zao estudió en Hangzhou con profesores como Ling Fengmian y Wu Dayu, este último formado en la École des Beaux-Arts de París, por lo que contagió al joven Zao en cuanto a la influencia y furor del modernismo europeo, tema que se vería a lo largo y ancho de su obra pintórica.
“Para mí”, decía Zao Wou-Ki, “la pintura china dejó de ser creativa a partir del siglo XVI. A partir de entonces, los pintores chinos no hicieron más que copiar lo que la gran tradición que las dinastías Han y Song habían inventado. El arte chino se convirtió en una serie de recetas de fabricación, al confundir lo bello con la habilidad. Desde la infancia, viví esa tradición como un molde del que tenía que librarme”.
Es por esto que a través de sus intentos en el lienzo, Zao comenzó a cosechar reconocimiento a nivel nacional desde muy joven, pero dada la importancia que otorgaba a las expresiones artísticas europeas de la época, y bajo los consejos de Dayu, a quien admiraba, se trasladó a Francia en 1951 para escapar de la fabricación establecida en su país para comenzar su aventura en el arte parisino, lugar donde se convertiría en ciudadano naturalizado y pasaría el resto de su larga e ilustre carrera.
De esta manera, el artista franco-chino tomó pronto un camino muy personal que le alejaba de las consignas y de la figuración más funcional, e intentó “inventar la ligereza”, como él mismo decía, a través de sus pinturas abstractas.
En este tiempo, frecuentó el Montparnasse artístico de la posguerra y recibió elogios del mismo Joan Miró mientras su carrera no solo despegó, sino que se convirtió en el segundo artista de posguerra más cotizado del mundo, solo después de Andy Warhol, y en el sexto más caro de todos los tiempos, ya que en el primer semestre de 2018, sus ventas se situaron solo por detrás de las de estrellas como Claude Monet o Modigliani.
Fuente: Artsy
Para el final de ese año, su obra, un tríptico de gran formato titulado Juin-Octobre 1965, fue vendido por $65 millones de dólares, o sea, $56.5 millones de euros, en una subasta en Sotheby’s, convirtiéndolo en el artista asiático más caro de la historia.
A pesar de estudiar árduamente las influencias europeas, su amigo, poeta y pintor, Henri Michaux le sugirió que introdujera elementos tradicionales chinos en un momento en que, precisamente, Zao no “quería parecer chino”.
Al hacerlo, su estilo se fue gestando con influencias orientales y occidentales, definiendo una especie de expresionismo abstracto que desemboca en apreciados paisajes evocadores que remiten a un universo interior, convirtiéndose en un estandarte de la pintura que fusiona ambas culturas.
El resultado de esto, de acuerdo a Emmanuel Guigon, comisario de la exposición del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), es el cruce de “los ideogramas chinos y la sutil poética de Paul Klee”, aunque, pictóricamente, de acuerdo a una entrevista que se le hizo al pintor chino, éste explicó que Cézanne fue quien lo había ayudado a volver a encontrarse como pintor chino.
Hacia sus últimos años, Zao Wou-Ki sufría Alzheimer, una enfermedad que le quitó la vida a los 93 años, aunque, curiosamente tras su muerte, su figura se ha establecido como uno de los maestros de la abstracción lírica del siglo XX.
La presencia de sus obras en los principales museos de arte contemporáneo del mundo avala este oficioso título.