Hemos hecho un repaso a una larga lista de artistas de la pintura china, no obstante, toca recordar un nombre que quizá no brilló como debió en el lienzo, pero sí lo hizo apoyando a algunos de los nombres inmortales de la disciplina, el maestro Yuan Mei.
Nacido en 1716 en Qiantang, ahora Hangzhou, durante el reinado del emperador Kangxi, que abarcó del 1662 al 1722, Yuan creció en una familia que ya había educado a varios eruditos, por lo que el joven talentoso y observador fue puesto bajo el cuidado de algunos de los maetros más notables de la época.
Su formación le ayudó a explorar los colores, pero más que nada, a memorizar las técnicas sobre el lienzo, que, aunque no podía seguir a la perfección, lograba comunicar claramente a sus compañeros, quienes entendían mejor con el apoyo de Yuan Mei que con el de los educadores antiguos.
En 1722, con tan solo 7 años según el recuento de historiadores, Yuan comenzó a estudiar con un erudito llamado Shi Zhong, quien explotó sus talentos y habilidades literarios, y para los 12 años, obtuvo el título académico, Talento Cultivado, uno que solamente se le otorgaba a experimentados investigadores, sin embargo, fue la primera vez que lo recibía un niño.
Unos años más tarde, en 1735, Yuan Mei, a sus 19 años, fue nominado para realizar el examen llamado Erudición, una prestigiosa prueba que rara vez se realiza para reclutar académicos con talentos y conocimientos sobresalientes.
En 1739, tras varias revisiones, aprobó el examen más alto a la edad de 24 y obtuvo el título honorífico de Erudito Presentado, por lo que se le otorgó un puesto en el Hanlin Academy, una institución imperial donde los eruditos más destacados de la nación impartían sus conocimientos, dando a luz a algunos de los artistas más notables de épocas posteriores, como fueron Pu Xinyu y Zhang Daqian.
En 1748, tras algunos años de docencia y apoyo a diversos pintores, Yuan solicitó licencia por enfermedad y regresó a vivir jubilado en Harmony Garden un año después.
Tras sentir su libertad de asuntos mundanos, tuvo más libertad para dedicarse a la literatura y finalmente hizo su nombre conocido como uno de los poetas más influyentes de su época.
Esta fama atrajo a muchos hombres y mujeres admiradoras que lo visitaron en su propiedad y se convirtieron en sus estudiantes, tanto de poesía como de pintura.
A partir de 1750, Yuan Mei siguió los precedentes establecidos por literatos anteriores, incluidos Mao Qiling y Shen Dacheng, convirtiéndose en uno de los partidarios más ávidos de mujeres talentosas durante la dinastía Qing, ya que abogó por la libertad de la mujer para componer poesía y dedicarse a la pintura de paisajes.
Esto lo colocó como uno de los maestros más importantes de las mujeres artistas, quienes veían en Yuan el camino para abrir camino a la pintura femenina, a su vez, estableciendo una nueva corriente de retratos y colores que seguirían las pinceladas de las mujeres que a partir de la mano de Mei tenían más probabilidad de poder vivir de su talento.
Con el paso del tiempo, promovió a los intelectuales a escribir sobre las mujeres pintoras, creando a su vez el primer registro de mujeres artistas en China, sentando las bases al futuro.
Al final, el legado de Yuan radica en expandir la educación de la mujer más allá del trabajo tradicional. Volcó el corazón tradicional de la cultura literaria, apoyando el aumento de la alfabetización entre las mujeres que condujo al surgimiento no solo de muchas escritoras, sino también de sociedades de mujeres, en las que los miembros brindaban apoyo y servían como audiencia el uno para el otro.
Estos grupos, a la postre, permitieron a las personas con ideas afines intercambiar inspiraciones artísticas y para expandir sus círculos sociales más allá de sus familias inmediatas. Un legado que impulsó el arte como no pasaba en muchos años.
Yuan Mei no fue el primer ni el último erudito en aceptar estudiantes mujeres, sin embargo, como un prolífico escritor que disfrutó de fama nacional e internacional, promovió la conciencia de sus discípulos a una audiencia mucho más amplia.
Falleció en 1797 tras algunos años de vivir una vida hedonista escribiendo poemas y cuentos, y apoyando la pintura como ningún maestro lo había hecho jamás.