Rómulo Macció fue uno de los artistas plásticos más originales de su generación y un referente de la escena cultural argentina en los últimos 50 años.
Nació en Buenos Aires en 1931 y se fue a convertir en uno de los artistas más importantes y prestigiosos que ha dado el arte argentino, un hombre cuyo talento es inagotable.
El artista autodidacta estuvo ligado desde muy joven a la publicidad y a la escenografía teatral. A los 14 años comenzó a trabajar con éxito en una agencia publicitaria, luego empezó a exhibir individualmente en 1956 en la galería Galatea sus pinturas relacionadas con la abstracción, pobladas por manchas, formas y signos, antes que por pulcras geometrías.
Fuente: Museo Nacional de Bellas Artes.
Luego, tras un breve paso por el surrealismo, informalismo, realza la figura humana con remozada gestualidad. Así, atravesado por el expresionismo abstracto, Macció se hizo finalmente de una gran notoriedad a fines de 1961 como uno de los creadores del movimiento Nueva Figuración junto con Ernesto Deira, Jorge de la Vega, y Luis Felipe Noé
Este grupo, durante 4 años, compartió viajes, exposiciones, jornadas de trabajo y muchas conversaciones de intercambio en torno a sus respectivos pensamientos artísticos. Juntos desarrollaron un lenguaje abierto de múltiples posibilidades tanto en lo lingüístico como en lo técnico.
Este revelador movimiento de ruptura se desarrolló a partir de 1961 y durante los primeros años de esa década, un período marcado por cambios políticos, sociales y económicos en todo el mundo. En una profunda búsqueda de autonomía creadora, con una pintura entre atormentada y mordaz, el grupo se rebeló contra los prejuicios y abrió las puertas a una pintura más libre, traspasando el antagonismo entre figuración y abstracción.
La Nueva Figuración fue una de las vanguardias más significativas de la pintura en Argentina, pero cada uno de sus integrantes también desarrolló un camino propio.
Más adelante, el maestro Maccio le da un tratamiento informal casi abstracto a su pintura, utilizando materiales atípicos y haciendo collages, generando la ruptura de esquemas previos, la propuesta de nuevas técnicas, y la eliminación de la pura representación de la realidad. Con el paso de los años, sus lienzos estaban dominados por el gesto y la audacia, con una meta de descubrir la figura dentro de la accidentada superficie, no obstante, la vitalidad y la fuerza siempre predominaron sobre el relato.
A través de su extensa trayectoria, Macció conservó esa libertad porque, como él mismo dijo, “en pintura, la pintura es lo más importante”.
Tras la disolución del grupo en 1965, Macció viajó a Europa, iniciando una serie de estadías de trabajo, y de años, en París, Londres, Medinaceli (apacible pequeña ciudad en la meseta castellana), Nueva York y Punta del Este. Como ciudadano del mundo, pintó también el barrio de La Boca, donde el artista instaló su casa-taller en 1983.
Sus paisajes de ciudad y agua –óleos y acrílicos de gran formato– trasuntan un evidente placer por la pintura mientras cargan con los temores y expectativas de los inmigrantes, con la bella inmensidad del río y su contaminación, con la alegría y el decaimiento de la zona. La nostalgia y la desolación, junto a la luz y el movimiento, recrean historias de abandono y belleza.
El artista falleció 11 de marzo de 2016, Buenos Aires, Argentina.
Al final de todo, Macció se alza como uno de los protagonistas de los capítulos más significativos del arte argentino desde la segunda mitad del siglo XX.