Juan Rulfo nació en 1917 en el sur del estado de Jalisco, y se le reconoce mundialmente como un maestro de las letras, como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, uno de los integrantes de la generación del año 1952, y un galardonado por el galardón Princesa de Asturias de las Letras.
Pero más allá de eso, el maestro también fue un destacado fotógrafo capaz de capturar fascinantes retratos de tiempos turbulentos en México, su arquitectura, su paisaje, los grupos étnicos que lo habitaban, y la vida y la muerte que los reinaba.
En los primeros años de su vida, Juan sufrió dos de los episodios más violentos en la historia de México, la Revolución, que tuvo lugar aproximadamente de 1910 a 1920, y luego la Guerra Cristera, de 1926 a 1929.
Ambas dejaron varias secuelas y recuerdos de un tiempo de desesperanza y dolor que lo inspiraron, pero también sembraron en él la semilla de la ficción, una que finalmente estallaría con su primer libro, El llano en llamas (The Burning Plain and other Stories), de 1953, una colección de cuentos que se desenvuelven ante el realismo social inspirada en la hipocresía del gobierno mexicano.
Juan en sus travesías por el valle de México. Fuente: El País.
En su segundo libro, Pedro Páramo, de 1955, un joven viaja al pueblo natal de su madre para encontrar a su padre separado, pero encuentra el pueblo poblado exclusivamente por fantasmas. Usando múltiples narradores y cambiando entre diferentes periodos de tiempo, la historia se convierte en un retrato del pueblo mismo a lo largo de estos años tumultuosos, todos sus habitantes y el declive moral que sufren, resultando en uno de los primeros ejemplos del realismo mágico en América Latina. Gabriel García Márquez leyó esta novela y encontró la inspiración para escribir Cien años de soledad.
Y es que La Guerra Cristera, una revuelta católica romana contra la restricción del poder y los derechos de la Iglesia Católica Romana por parte del nuevo gobierno mexicano, reclamó al padre de Rulfo como una de sus muchas víctimas. Su madre, dos años más tarde, también murió, dejándolo huérfano a los ocho años.
Cuando finalmente creció, y antes de publicar los trabajos anteriormente mencionados, en 1940 tomó sus primeras fotografías y escribió sus primeros textos. En esta década, recorrió gran parte de México como excursionista y montañista.
Antes fotógrafo que escritor, el tema de esta primera pasión fue el mismo que el de su escritura: el pueblo mexicano y sus paisajes.
De esta forma, la fotografía de Rulfo proporciona un escenario visual para su ficción. Su paisaje es variado, desde hermosos escenarios montañosos hasta terrenos polvorientos y áridos. En sus resultados, a menudo se muestra a las personas trabajando la tierra, escalando montañas, sentadas en un trono de cactus o caminando por caminos polvorientos en el desierto.
Otro de sus proyectos fotográficos se enfoca en los ferrocarriles y los patios ferroviarios con sus duras vías de tren serpenteando en la distancia en el norte de la Ciudad de México antes de que se convirtiera en un enorme complejo de viviendas. En su proyecto sobre Oaxaca, tomó fotografías de la vida cotidiana y de las prácticas de los indígenas.
Al final, su fotografía es una oportunidad para ver el México de las décadas de 1940 y 1950, preservado en blanco y negro, a través de los mismos ojos del hombre que narró los problemas y trampas de este periodo de manera tan memorable con palabras.
Después de su muerte el 7 de enero de 1986 en la Ciudad de México, su familia informó de que los negativos dejados por él pasaban los 4 mil. Desde entonces, su hijo Juan Carlos se ha ocupado de ordenar el gran archivo en cajas de zapatos en un cuarto de su azotea.
Es fascinante que después de alcanzar la excelencia, el reconocimiento y la admiración por su escritura, Rulfo nos propone otro tipo de lectura, la de sus fotografías, donde el tema sigue siendo el mismo: la imagen de la tierra que siempre le acompañó.