Usando solamente bolígrafos desechables, Il Lee ha desarrollado un estilo pionero y monocromático que fomenta las diferentes formas de ver el mundo que nos rodea.
Nacido y criado en Seúl, Lee estudió pintura en las décadas de 1960 y 1970 con figuras fundamentales del arte contemporáneo de Corea del Sur, incluidas aquellas que estaban a la vanguardia del movimiento de pintura minimalista y monocromática abstracta (Dansaekhwa).
En 1977, armado con un trasfondo cultural y una formación artística distintos, Lee se mudó a Nueva York, específicamente a Brooklyn, donde desarrolló su proceso y estilo característicos utilizando un bolígrafo, un medio importante para su práctica a lo largo de las décadas.
Reductivo en paleta y no referencial, el trabajo sobrio de Lee comenzó a revelar sus muchas influencias mientras abría discusiones sobre lo nuevo. Es así que comenzó a realizar su obra combinando formas austeras con la fluidez distintiva del bolígrafo.
Fuente: Art Projects International
Después de un tiempo, se volcó hacia la fusión de la estética cultural oriental y occidental en abstracciones contemporáneas, pero arraigadas en la tradición, logrando trazos expresivos, caracterizados por gestos rítmicos y físicamente exigentes con los brazos, que dejan tras de sí un registro de órbitas que se cruzan, líneas onduladas y remolinos frenéticos.
Entre otras influencias artísticas recientes e históricas, Lee se inspiraría en gran medida en el minimalismo y la práctica asiática de Sumukhwa (pintura con tinta y aguada), con lo que fue ampliando su exposición internacional, cosechando éxitos en su país y en Occidente.
Sus dramáticos campos de tinta en superficies de lienzo y papel, que le fueron valiendo una audiencia mundial que se mantiene hasta hoy día, reflejan movimientos discretos equivalentes a objetos con una presencia monumental; como paisajes abiertos o fósiles perfectamente conservados, sus auras son imponentes y serenas, provocan asombro e invitan a la meditación.
Considerados en su conjunto, estos movimientos discretos se transforman en objetos con una presencia monumental; formas misteriosas que sugieren elementos de la naturaleza, sus auras imponentes y serenas, provocan asombro e invitan a la meditación.
El amplio poder y equilibrio de estas formas abstractas envía a la mente en busca de equivalentes figurativos del mundo natural, pero aunque las crestas de las montañas, las franjas de bosques y las piedras del lecho de un río se pueden encontrar en las profundidades de las obras, en última instancia, su belleza se deriva de su inefabilidad y del misterio electrificado que los rodea.
Al final, lo que hace que este trabajo, y otros similares, sean tan atractivos, es su sugestión inesperada. Es difícil no quedar hipnotizado con los dibujos y sus formas simples y mínimas que se realzan como instintivamente seductoras.
En sus recientes trabajos en acrílico y óleo sobre lienzo, Lee ofrece una gran variedad de enfoques y medios mientras investiga el dibujo, lo negativo y su positivo, la línea y la forma y lo que se representa y lo que está allí, pero que no se revela.