Polimático y en gran parte autodidacta, Eduardo Arroyo produce pinturas, esculturas, grabados y escenografías ingeniosas y picantes.
Su carrera ha estado marcada por sus primeros años como periodista y por crecer en la España del General Franco, lo que motivó su traslado a París en 1958.
Allí, en medio de experimentos vanguardistas con la abstracción, comenzó a pintar, creando composiciones informadas por el realismo, el expresionismo y la abstracción.
Doble retrato de Bocanegra o el juego de los 7 errores, óleo sobre lienzo. Fuente: © Adagp París
Y es que por eso la trayectoria personal y artística de Arroyo resulta muy representativa de su generación.
Nace durante la Guerra Civil, se educa en el Madrid de la posguerra, y vive el exilio en Francia durante la dictadura franquista hasta que decide regresar a España en 1976, a partir de la promesa del establecimiento de las libertades democráticas.
Arroyo representa la continuidad de una identidad de artista que generaron las vanguardias en los años treinta, y a cuya configuración contribuyen decisivamente artistas españoles como Pablo Picasso y Joan Miró.
En el caso de Arroyo, se trata de una identidad marcada por las pautas de comportamiento de “lo español”, lo que influye en su trayectoria creativa.
Toma prestadas palabras e imágenes de una variedad de fuentes, incluidos anuncios y diseño gráfico, y cita las obras de otros artistas en sus composiciones.
En la carrera del artista cabe diferenciar dos etapas: en el exilio (1958-1976) y después del exilio (1976-1998), significativamente separadas por la devolución de su pasaporte español.
Su pintura de la década de 1970 se aproxima a la figuración narrativa, y luego a los presupuesto del arte pop, no obstante, su obra está dominada por la temática española, interpretada con ironía y crítica en respuesta a la situación política, como puede verse en obras como Sama de Langreo (Asturias), 1963. El minero Silvino Zapico es arrestado por la policía, de 1967, o en Caballero español, de 1970.
En ese mismo tiempo, también inicia su trabajo como escenógrafo, colaborando con Klaus Grüber, siendo partícipe de obras que analizan y denuncian las relaciones entre arte y poder.
Su obra, al final de todo, es una conexión comprometida con las realidades sociales y políticas del mundo más allá de los bordes de su lienzo, volviéndose un artista que utiliza su arte como plataforma para satirizar a dictadores, toreros e incluso artistas famosos como Marcel Duchamp y el mismo Miró, provocando indignación, deleite y absoluta controversia.
En su vejez, el artista intransigente ideológica y creativamente estaba tan activo como siempre, aunque falleció a los 81 años de edad en Madrid el 14 de octubre de 2018, dejando atrás un magnifico legado artístico que sirve como excusa a conocer el resto de su emocionante vida.
José María Blanco White está vigilado por un enviado de Madrid, 1979. Fuente: Tate Modern