El reconocido autor estadounidense Ray Bradbury, autor de Farenheit 451, tuvo varias aventuras extramaritales a lo largo de sus vida.
Bradbury tenía un lado oscuro y si nos lo ponemos a pensar, es que de algún sitio tenían que brotar esas fantasías tenebrosas y hasta macabras que pueblan sus historias junto a la extrema sensibilidad, la poesía, la nostalgia, la melancolía, la soledad y los cohetes.
Pero parecía que las sombras y oquedades del escritor tenían que ver con los miedos de la infancia y la certidumbre de que la muerte es una acompañante inseparable de la vida, pero no... esto provenía de otras fuentes.
Casado en 1947 con Marguerite McClure, Maggie, a la que conoció en una librería, Bradbury, cuyo padrino de boda, por cierto, fue Ray Harryhausen, le fue infiel por primera vez con una mujer veinte años más joven que acudió a una lectura de sus libros en Los Ángeles en 1968.
Lo anterior lo cuenta Sam Weller en su biografía de referencia The Bradbury Chronicles en unos pasajes en los que explica que, según documentos desclasificados, el FBI investigó a Ray por sospechoso de pertenecer al partido comunista, considerando que las Crónicas marcianas tenían un trasfondo antigubernamental.
Bradbury era amigo del marido y trató de no dejarse arrastrar por el deseo (“mi cuerpo dice sí, pero mi mente dice no”, le escribió a ella) pero finalmente, cuando llegó a los 451 º F, imaginamos que no pudo resistirse.
Y como si esto no fuera suficiente, resulta que Bradbury casi encadenó esta aventura con la siguiente, un segundo affaire lleno de pasión que duró cuatro años, esta vez con una aspirante a escritora de quien Weller tampoco da su nombre y que solo se sabe contaba con treinta y pocos años.
La relación estuvo llena de romanticismo, pues juntos visitaron el barrio de Silverlake de Los Ángeles y la famosa escalera en la que Laurel y Hardy filmaron en 1936 la escena del piano de The music box.
A medida que la relación progresaba, Bradbury se fue volviendo más descuidado y Maggie lo cachó por un recibo de compra de flores con la tarjeta. Ray admitió que estaba teniendo una aventura y su esposa lo echó de casa. Luego lo perdonó.
Él se autojustificaba con la idea de que Maggie le había pedido una vez el divorcio y sentía que lo podía abandonar en cualquier momento. Así que siguió con su aventura, que no finalizó hasta que la amante la terminó por teléfono aduciendo que se había convertido al catolicismo y no podía seguir por motivos de conciencia.
Esta segunda aventura inspiró al escritor un bonito cuento más que explícito, La historia de amor de Laurel y Hardy en el que los dos amantes protagonistas hacen lo mismo que hicieron él y la suya.
El relato resulta sorprendente si no conoces los detalles de esta aventura, pues permite contemplar cómo veía Bradbury su aventura (y un poco más).