Casado con el ritmo de la vida cotidiana de personajes lidiando con el duelo, la melancolía como una condición casi inamovible de la vida, y la influencia de su familia, el cine de Hirokazu Kore-eda es la bandera de la belleza de lo mundano, despertando emociones y reflexiones porque se puede parecer siempre a nosotros.
De este modo, Hirokazu Koreeda se ha convertido en el cineasta japonés contemporáneo con más proyección en los circuitos cinematográficos y críticos internacionales, ya que ha cautivado a diversas audiencias alrededor del mundo con la profunda sensibilidad que permea a sus películas.
Nacido en Tokio en 1965, estudió literatura en la Universidad de Waseda, y una vez graduado en 1987, entró a trabajar a TV Man Union como asistente de dirección haciendo documentales, fue aquí donde descubrió su pasión por hacer cine y encontró el apoyo para dirigir su primera película documental en 1991 y su primera pieza de ficción en 1995, un filem muy bien recibido en distintos festivales de cine.
A partir de entonces, ha creado más de 20 películas para cine y televisión, títulos como After life, Distance, Nadie Sabe, Hana, Still Walking, I Wish, Like Father, Like Son, After The Storm y Shoplifters, armadas de la fuerte presencia de personajes femeninos, una cámara casi siempre estacionaria o enganchada en un lento deslizamiento horizontal, y música simple y discreta que logra pequeños pero poderosos descubrimiento de profundidad emocional.
El cineasta inscribe gran parte de su filmografía en una tradición que se remonta a los inicios del cine en Japón, hace más de un siglo, los dramas familiares, sin embargo, también se ha interesado en explorar los dramas domésticos desde una perspectiva contemporánea, trayendo a la mesa conflictos que retratan nuevas caras de la familia japonesa, propias del Siglo XXI.
Lo que suma a su importante introspección personal que son sus películas, es el nacionalismo que tan dignamente presenta las ciudades de su país.
A través del color y la textura de la película de 35 mm, presenta a su Japón con tonos llenos y lujosos, evocando maravillosamente la sensación de una ciudad al momento que se pone el sol, o a los cerezos en flor en plena florescencia, o el reflejo de la luz en los rostros de las personas.
Aún así, el cine de Koreeda no se limita a los dramas familiares contemporáneos japoneses, pues el director también ha abrazado un abanico de géneros cinematográficos muy amplio que van desde la fantasía, hasta el documental, pasando por el drama de época.
Sus películas aluden vívidamente una sensación de lugar, de clima y de sonido a pesar de la tragedia, hermosamente paseada a través de la postura de avanzar, de los recuerdos como medio de la conducción hacia el futuro.
Es un cine sin redención, pero con el recordatorio de lo mucho que vale lo que tenemos, y de aquello que no, también.
En 2018, Hirokazu ganó la Palma de Oro de Cannes, culminando una carrera de un cuarto de siglo en la realización de largometrajes que lo ha convertido en uno de los más aclamado por la crítica por su insinuante narrativa y entre los directores japoneses contemporáneos más distribuidos, mejor defendiendo aquella justificante de que el cine es aquel productor de recuerdos eternos y formador de nuevos vínculos.
Si no has visto su cine, te recomendamos:
Maborosi (Maboroshi no hikari, 1995)
Nadie sabe (Dare mo shiranai, 2004)
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