Cuando escuchamos el nombre de Jean-Luc Godard, todos rápidamente imaginamos al hombre misterioso con lentes Ray-Ban y un cigarrillo encendido constantemente entre los labios. Pero como pionero de la Nouvelle Vague francesa, Godard revolucionó el mundo del cine con su primer largometraje A Bout de Souffle (Breathless) en 1959, y luego saltó a la fama en el extranjero con películas protagonizadas por grandes nombres como Jean-Paul Belmondo y Brigitte Bardot.
Pero antes de llegar a la cima del éxito y a la verdad que tanto lo distingue, Jean-Luc Godard, nacido el 3 de diciembre de 1930, pasó sus años de formación en el lado suizo del lago Lemán, donde su padre dirigía una clínica. Su educación superior consistió en estudios para una licenciatura en etnología en la Universidad de París que vino acompañada de conversaciones interminables en cafés de estudiantes y un trabajo en una presa, que inspiró su primer cortometraje, Opération Béton, de 1954.
Viviendo los conflictos bélicos de su país, el joven quedó flechado con un texto llamado Esbozo de una psicología del cine, del novelista francés André Malraux, que lo hizo reflexionar sobre el papel del cine en la sociedad. Cuando la guerra cesó, Godard volvió a Francia donde se interesó por la pintura y la antropología, una que venía por la influencia del antropólogo Jean Rouch, que se convirtió en el primer practicante y teórico del cine documental cinéma vérité (“cine de la verdad”).
Hecho parte de esta escuela de cineastas que solían emplear equipos de televisión livianos para observar su tema con la mayor informalidad y tan completamente sin prejuicios preconcebidos que el tema y los motivos de la película emergen solo durante el rodaje o incluso más tarde, en la etapa de montaje, Godard empezó a desarrollar su estilo, uno que se haría una influencia incalculable en el cine moderno que se niega a decaer.
Para 1960 llegó su innovador largometraje debut de 1960, Breathless, donde fusionó elementos de la alta y baja cultura con un abandono de todo que sentó las bases para generaciones de cineastas, macando el comienzo de una década explosivamente innovadora en la que su producción se hizo cada vez más radical, tanto estética como políticamente, hasta 1968, cuando renunció por completo al cine comercial, formando un colectivo cinematográfico de izquierda, el Grupo Dziga Vertov, con quienes produjo películas con una mordaz regla anticapitalista.
Eternamente a la vanguardia y por el resto de su carrera, Godard exploró las posibilidades más extremas del cine digital en obras visual y filosóficamente aventureras como Goodbye to Language y The Image Book, confirmando su condición del mayor letrista sobre el trauma histórico, la religión y el legado del cine.
A su paso, también Jean-Luc nunca cortejó a Hollywood, porque a pesar de la enorme huella que dejaron sus películas y guiones, nunca recibió una sola nominación al Oscar.
Oportunamente, en el apogeo de su fama internacional, cuando ahora sí lo voltearon a ver los grandes estudios, ignoró el canto de sirena y rechazó la oportunidad de dirigir a Warren Beatty en Bonnie and Clyde, revelando solo una de las muchas paradojas en la carrera de varias décadas y 70 películas de Godard, donde optó por emplear una estética accesible para subvertir las convenciones y comentar las desventajas del capitalismo y su influencia en la decadencia social.
Hasta la fecha, es imposible ver las películas de Bernardo Bertolucci, Martin Scorsese, Steven Soderbergh, Quentin Tarantino y más sin recordar las obras maestras del nativo de París, donde resaltan Contempt, Alphaville, Band of Outsiders y King Lear.
Ya con una amplia carrera a sus espaldas, Godard mencionaba que había llegado a saber tanto de cine que solo podía definirlo como un misterio, y justamente eso hace que pensemos que, quizá, Godard no sea el cine en sí mismo, pero sí podría ser el ser humano que más cerca está de conseguirlo. Pero sí, si hay que definir a Jean-Luc Godard, también puede decirse que él también es un misterio.
Al final, para el director francés, “el cine es verdad 24 veces por segundo”, por lo que no la consideraba una evasión, un entretenimiento o una fantasía, sino como la mejor forma de verdaderamente conocer la realidad.
En una encuesta de Sight & Sound de 2002, Godard ocupó el tercer lugar entre los diez mejores directores de la crítica de todos los tiempos. Se dice que ha "creado uno de los mayores cuerpos de análisis crítico de cualquier cineasta desde mediados del siglo XX, mientras para muchos, él y su trabajo han sido fundamentales para la teoría narrativa y han "desafiado tanto las normas del cine narrativo comercial como las del cine así como el vocabulario de la crítica.
A pesar de no haber logrado aún más estrenos, el legado de la leyenda viviente de Jean-Luc continúa ahí para quien busque ser encantado.