Juan O’Gorman fue un genio precoz que en su vida adulta cayó en una larga y profunda depresión que lo llevó a quitarse la vida a sus 78 años.
Cuando decidió llevar a cabo su suicidio, el 18 de enero de 1982, tomó muchas precauciones para no fallar; se encerró en su casa y lo llevó a cabo en tres actos.
Primero: tomó cianuro, que tal vez compró con ayuda de algún amigo médico. Segundo: tomó una soga que había comprado para ahorcarse y se la puso alrededor del cuello, y finalmente: tomó una pistola y se disparó en la cabeza.
Apareció colgado de la rama de un árbol y se había dado un balazo, con algún pigmento venenoso que usaba para preparar los colores con los que pintaba dentro de su torrente sanguíneo.
Tal vez lo que más miedo le daba a Juan O'Gorman era la vida, a pesar de toda la grandeza que dejó tras de ella.
Con 24 años hizo la primera casa funcionalista de América Latina, luego renunció a la corriente moderna y racional de la arquitectura, y a mediados del siglo XX, se montó una casa surrealista dentro de una cueva que adornó por fuera con figuras de dioses aztecas: La Casa O’Gorman, la joya iniciadora de la arquitectura moderna latinoamericana que construyó entre 1929 y 1931, hoy rehabilitada después de décadas de abandono como museo.
El arquitecto, pintor y muralista nació en la Ciudad de México en 1905. Los primeros años de su infancia vivió en el Estado de Guanajuato, a donde fue destinado su padre para dirigir una mina.
Al estallar la Revolución Mexicana, en 1913, la familia volvió a la capital y se asentó en el barrio de San Ángel, en el sur de la ciudad. En la guerra vivieron con serios apuros, ya que ellos y mucha gente se moría de hambre, y a veces en los postes y en los árboles se veían cadáveres colgando.
Es curioso que en ese mismo lugar de atraso y de barbarie, unos 20 años más tarde, aparecería una vivienda llegada del futuro, mucha inspirada por ese joven que sufría a lado de los suyos en la Revolución.
Pero quizá solo así se entiende y define la leyenda de Juan, como un acto que reaviva y contrapone los dos polos de su trayectoria.
Cuando entró a estudiar la preparatoria, conoció a Frida Kahlo, con la que formó una entrañable amistad hasta la muerte de ella.
Decidido a estudiar arquitectura, encantado por las formas de Walter Gropius, Le Corbusier, Frank Lloyd Wright, y el funcionalismo, en el que la arquitectura es vista como un espacio que debe estar al servicio de lo funcional, sobre todo para los espacios colectivos, como escuelas, el joven autor se embarcó en su propio camino.
Tras graduarse, y años después de hacerse su propia casa con el poco dinero que tenía, O’Gorman recibió el encargo de Diego Rivera de construirle otras dos similares para él y para su esposa, Frida, en un espacio libre que quedaba en ese mismo terreno.
Cuando le enseñó su casa a Rivera este le dijo que había construido una obra de arte funcional con potencial para la transformación social.
Rivera, patriarca de la intelectualidad socialista mexicana y principal influencia en la definición ideológica y estética de Juan O’Gorman, entendió que la propuesta de su amigo arquitecto, desarrollada a partir de las recientes teorías de Le Corbusier, tenía dos cualidades revolucionarias: rompía con el gusto tradicional y ofrecía un modelo de vivienda económico para las clases populares.
El arquitecto Toyoo Itō visitó en aquel tiempo las casas del matrimonio de artistas y se quedó mudo de asombro.
Años más tarde escribió un texto en el que colocó a O’Gorman en el altar del Movimiento Moderno, explicando sobre la casa de los artistas: “Desde el fregadero de la cocina hasta las llaves de la regadera todo es sencillo y bello. Se puede decir que en esto igualan estas casas a las primeras de Le Corbusier, pero a mi juicio la sencillez de las que ahora veía aventajaba a las del arquitecto francés.”
O’Gorman como arquitecto funcionalista duró hasta mediados de la década de 1930, hasta que empezó a concentrarse en la pintura de caballete, por lo que su gusto arquitectónico giró hacia una mezcla de regionalismo, ecologismo y un fondo moderno del que en la práctica nunca se desprendió.
Construyó y vivió en la entrañable Casa de San Jerónimo, inspirada en la arquitectura orgánica de Frank Lloyd Wright y en la libertad figurativa de Antoni Gaudí, con su segunda esposa, Helen Fowler, pintora abstracta y experta en orquídeas, desde principios de los años cincuenta hasta 1969 cuando la vendió.
Para entonces el gran autor ya había entrado en un barranco psicológico de depresiones serias, y que, según sus memorias, comenzaron a profundizarse en 1954 con la muerte de su amiga Frida, y que pasó por fases estrambóticas como un ayuno de 39 días.
Los últimos años de su vida, Juan los pasó en otra casa funcionalista que se había hecho en los años treinta y de la que hablaba con una cómica condescendencia: “Considero que es algo fea, pero cómoda y extremadamente funcional."
En esa vivienda funcional el complejo artista mexicano se quitó la vida con su triste suicidio de tres actos.