El famoso poeta español Francisco Brines, quien hace unos pocos días recibió el Premio Cervantes 2020 de manos de los Reyes de España, murió a sus 89 años.
El pasado 13 de mayo fue ingresado al Hospital de Gandía para ser intervenido de una hernia, pero el cuadro se complicó y ya no pudo seguir su camino.
Brines llevaba ya años sin moverse de su casa en el campo de Oliva, lugar crucial en sus poemas ya que desde allí, como lo consignó en varios de sus versos, se ven el Mar Mediterráneo y la imponente cordillera del Montgó.
La herencia literaria que dejó Francisco Brines, la cual se puede disfrutar completa bajo el título de Ensayo de una despedida, refleja el lugar donde pasó tanto tiempo.
Al arrancar el nuevo siglo decidió trasladarse a dicha casa, la cual decía entre bromas a algunos amigos, había elegido para morir tras haber sufrido dos infartos que habían deteriorado bastante su salud en la última década.
En 1995 Brines publicó La última costa y dio por cerrada su obra. Luego vendría una serie de poemas destinados a un libro que lamentablemente será póstumo. Tal vez lo presentía, tal vez fue su forma de prepararse, pero hasta alcanzó hasta ponerle título: Donde muere la muerte, pero se resistió a cerrarlo y por eso siguió trabajando en los textos a los que nunca verá publicados.
Francisco Brines prefería la vida que la literatura, conversar que dormir, contemplar la belleza del mundo que escribir sobre ella. Por eso sus versos tienen el tono crepuscular de alguien consciente de la fugacidad de lo bueno, lo bello y lo verdadero. Pocos autores tan vitalistas como Brines habrán escrito tanto sobre la muerte.
«Lo queríamos tanto que no se nos va a acabar nunca de morir».
Son palabras que el académico Francisco Brines dedicaba a Vicente Aleixandre por su fallecimiento.
Ayer le despedimos a él y el sentimiento es el mismo. Nos deja un gran poeta y escritor: https://t.co/ZPUmvaBXUZ. pic.twitter.com/0d05Pp3LnF— RAE (@RAEinforma) May 21, 2021
Gran amante de la pintura, futbolero y aficionado a los toros, su curiosidad inagotable y su sentido del humor le brindaron la admiración universal de un gremio, el de los poetas.
Publicado en 1960 tras ganar el Premio Adonais, su primer libro, Las brasas, lo había escrito un joven que se acercaba a la 30 años, pero que contaba con la voz madura de alguien que, en una casa solitaria, empezaba a despedirse de todo.
Su maestro vital fue un famoso poeta de la generación del 27: Vicente Aleixandre. Siempre le estuvo agradecido, siempre lo honró.
Estudió Derecho, pero nunca ejerció, además de Historia y Filología. Las brasas le garantizó una plaza en el canon de la generación de los 50 junto a poetas como Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo o sus amigos José Ángel Valente y Claudio Rodríguez.