Los primeros pasos del largo viaje hacia 2001: Odisea del Espacio se dieron en marzo de 1964, cuando Stanley Kubrick le escribió a Arthur C. Clarke confesándole sus intenciones de hacer una película de ciencia ficción.
Kubrick ya había dado los primeros pasos hacia su consagración como uno de los cineastas más influyentes con estrenos como Killer's Kiss, Paths of Glory, Lolita y Dr. Strangelove, entre algunos otros.
Clark, nacido el 16 de diciembre de 1917 en la localidad inglesa de Mineheah, era ya un conocido escrtior reconocido por su gran imaginación y capacidad en una amplia colección de libros, relatos cortos y ensayos que incluian Las arenas de Marte, El fin de la infancia, y The Sentinel, este último, la inspiración que necesitaba el cineasta para tomar su máquina de escribir y decirle a Arthur cuánto lo necesitaba.
La carta llegó al escritorio de Arthur C. Clarke en el momento ideal, ya que, aparte de la Segunda Guerra Mundial y la Gran Barrera de Coral, el escritor buscaba abordar la ciencia ficción.
Copia de la carta que Kubrick redactó para Clarke. Fuente: Open Culture.
Para abril de 1964, cuando el escritor inglés le respondió a Kubrick, la única película que había visto era Lolita, pero sentía emoción por Dr. Strangelove, que al final sí logró ver antes de su encuentro, confesando que le emocionó aún más conocer a Stanley.
Se decidió aún más de que valdría el tiempo conocer y hablar con el director, sin embargo, se negó a emocionarse demasiado, sabiendo por experiencias anteriores que la tasa de mortalidad de los proyectos cinematográficos es de aproximadamente el 99%.
Ambos se vieron en Nueva York ese mismo mes. Arthur recuerda:
Kubrick llegó a tiempo y bien afeitado, y la principal impresión que tuve, y que conservé en los años por venir, fue la de un joven neoyorkino con una inteligencia inquieta y una curiosidad ilimitada por el universo. De alguien que quería saber cómo funcionaba todo.
Ese primer día juntos hablaron ocho horas sobre ciencia ficción, de las películas de Stanley, del asesinato de John F. Kennedy, de los aliens, del programa espacial en los Estados Unidos, de películas buenas de ciencia ficción como La guerra de los mundos y El día en que la Tierra se detuvo, y por supuesto, de lo que querían hacer juntos.
Durante el mes siguiente, intercambiaron ideas diariamente en restaurantes, cines, galerías y parques. Kubrick le instaló una máquina de escribir eléctrica a Clarke en su oficina de Central Park West, pero después de un día se fue al Hotel Chelsea. A intervalos frecuentes se reunían y comparaban notas; recorrieron callejones sin salida y tiraron suficientes ideas para decenas de cuentos.
Una tarde, Clarke finalmente sugirió a su cuento The Sentinel como un posible punto de partida para la saga cósmica que Kubrick tenía en mente, y como un descubrimiento de otro mundo, el viaje había comenzado a prepararse.
Tras meses de maltratar sus cerebros juntos, parecía que ambos tenían una historia viable, así que comenzaron a redactar la historia como una novela completa.
Cuando finalizaron la novela y se tornaron a la planeación, visualización y grabación de la película, la producción avanzó con notable suavidad y sin rabietas emocionales no programados de ambos lados de la cámara, cosa habitual en las anteriores producciones de Kubrick.
En cientos de horas de observación, Arthur C. Clarke nunca vió a Stanley perder los estribos ni gritarle a nadie; logró sus fines por los medios más sutiles, explicó pacientemente todo lo que se necesitaba sin explosión.
Arthur C. Clarke y Kubrick: una amistad que miró al espacio
En 2001: Odisea del Espacio, nombre puesto al proyecto bajo autorización de su guionista, ninguna de las acciones tiene lugar en el planeta Tierra como lo conocemos. La trama se desarrolla en y bajo la superficie de la Luna.
La producción comenzó en 1965, cuando la humanidad acababa de obtener su primer primer plano de Marte a través de Mariner IV, y mientras observaba a los astronautas abriéndose paso sobre la superficie lunar.
A la par de esto, Stanley dirigía a sus astronautas a través de radios. Tan solo cinco años después, realmente se llegó la Luna.
El legado de la amistad, y de aquella carta que redactó Stanley, más allá de sus demás proyectos, es el de volver a la ficción y a la realidad difíciles de desenredar a través de un mito realista apropiado a ese y nuestro tiempo, uno que llevó a la ciencia ficción al nivel de una cinematografía artística de clase mundial. Una digna, profunda y filosófica.
La amistad de Clarke y Kubrick hizo preguntas grandes y profundas sobre los orígenes humanos, la naturaleza del hombre, del universo, y hacia dónde vamos, cumpliendo el deseo del escritor de aportar, constructiva y responsablemente, a la confusión de quiénes somos.